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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 939

De regreso a casa, Adriana permaneció en silencio durante buen rato. Al final, volteó hacia Micaela y le dijo:

—Micaela, haz los experimentos conmigo, ¿sí? Si puedes encontrar una cura para la enfermedad de mi mamá, puedes sacarme toda la sangre que quieras.

Micaela miró de reojo a Adriana, que iba sentada en el asiento del copiloto. Era evidente que lo que ocurrió anoche la tenía todavía asustada.

—La investigación médica no es cosa sencilla. No se trata solo de sacar unas muestras de sangre y ya, no es que los resultados vayan a salir de inmediato.

—Pero... pero mi mamá no puede esperar más —las lágrimas volvieron a brotar de los ojos de Adriana.

Micaela no respondió. No quiso desanimarla, pero en ese asunto, mantener la cabeza fría era lo más importante.

...

Al llegar al laboratorio, Micaela se sumergió en su trabajo. La situación de Damaris no permitía más retrasos. El avance que había logrado la última vez aún necesitaba muchas pruebas y ensayos, pero haría todo lo posible.

...

En el hospital, tras el episodio de anoche, Damaris se veía más débil que nunca. Abrió los ojos, consciente de que su vida estaba llegando a su tramo final.

Su salud se había deteriorado mucho en poco tiempo, en gran parte por tantas preocupaciones. Tenía el ánimo por los suelos y apenas probaba bocado.

La noche anterior, cuando su hija ya dormía, Damaris se levantó para acomodarle la cobija. Fue entonces cuando notó una mancha roja en la muñeca de Adriana. Aquella visión la dejó en shock, no pudo pegar el ojo en toda la noche y, por la mañana, agotada, acabó desmayándose.

Ahora, despierta, sentía que muchas cosas encajaban de golpe. Por fin entendía que su enfermedad era hereditaria, que su hija, con apenas veintiséis años, también la sufría.

¿Cómo no iba a sentirse devastada ante semejante noticia?

Por fortuna, después de la emergencia, su estado se estabilizó.

Al despertar, Damaris encontró a Gaspar sentado a su lado. Con lágrimas acumulándose en los ojos, le preguntó:

—Gaspar, dime la verdad, ¿mi enfermedad es hereditaria?

—Mamá... —Gaspar la llamó con cariño.

—Mamá, por favor, cálmate, cuida tu salud —intentó tranquilizarla.

—Dímelo —Damaris lo sujetó del brazo con fuerza, la respiración entrecortada por la angustia—. Pilar... Pilar...

Gaspar la miró y, resignado, asintió levemente.

—Pilar tiene un treinta por ciento de probabilidad de heredarla, pero no es seguro.

Damaris murmuró el nombre de su nieta, con los ojos llenos de terror y desesperanza. Si no era suficiente con ver a su hija sufriendo, ahora también su pequeña nieta podía cargar con esa maldición.

—¿Por qué pasa esto? —Damaris se dejó caer en la cama, sin fuerzas, mientras las lágrimas le corrían en silencio—. ¿Qué hice para merecer esto? Si fuera solo mi castigo... pero, ¿por qué también ellas?

El dolor y la culpa la envolvieron por completo. De pronto, comenzó a toser con tanta fuerza que la máquina a su lado empezó a sonar de manera estridente.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Enfermera! —el rostro de Gaspar perdió el color, corrió a oprimir el botón de llamado.

El personal médico entró de inmediato y la habitación se llenó de una atmósfera tensa y agitada. Gaspar fue invitado a salir. Se apoyó contra la pared fría del pasillo, escuchando los gritos y pitidos desde adentro. Cerró los puños y, de la nada, le dio un puñetazo a la pared; la preocupación lo estaba desbordando.

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