Samanta inhaló hondo, con una mezcla de rabia y rencor marcada en sus palabras, y soltó:
—Me enamoré de tu hermano desde la primera vez que lo vi. Sabía que no estaba a su nivel, así que me esforcé al máximo, me volví alguien destacada solo para algún día ser digna de estar con él. ¿Pero Micaela? Ella solo lo cuidó cuando estuvo en coma un año y, así nada más, se casó con él. ¿Por qué? ¿Solo por esa deuda de gratitud?
Era evidente que Samanta se daba cuenta de que se estaba dejando llevar, pero no pudo evitar seguir desahogándose con Adriana.
—Ella usó esa deuda para obligar a tu hermano a casarse con ella, y se llevó todo lo que yo siempre soñé tener, sin mover un dedo. ¿Eso te parece justo? Adriana, ponte en mi lugar, ¿qué harías tú? Tú también quisiste a Jacobo Montoya, tú también sabes lo que duele que Micaela te arrebate lo que más quieres, deberías entenderme.
Adriana la miró con una expresión dura y los labios apretados, inflando un poco las mejillas.
—Pero aunque fuera así, eso no te da derecho a meterte en su matrimonio —reviró, tajante.
—No me estoy metiendo, solo estoy luchando por lo que me corresponde —los ojos de Samanta brillaron con una intensidad casi desquiciada.
—¿Y qué se supone que te corresponde? ¿Mi hermano? —Adriana dejó escapar una carcajada sarcástica.
Samanta se quedó inmóvil, como si le hubieran echado un balde de agua fría, y clavó la mirada en Adriana.
Adriana sonrió con desprecio, una media sonrisa torcida.
—El dinero que te ha dado mi hermano, los recursos que te ha entregado, con eso podrías vivir como reina toda la vida, ¿todavía te parece poco?
Samanta pareció despertar de golpe, dándose cuenta de lo que acababa de decir. Al ver la expresión de burla y la mirada cortante de Adriana, sintió cómo algo se le hundía en el estómago.
¿La estaba provocando para sacarle información? El nerviosismo y el coraje se le reflejaron en los ojos.
—Adriana, dime de una vez, ¿para qué me citaste aquí?
—Solo quería ver hasta dónde te llega la desvergüenza —la furia contenida de Adriana, al fin, explotó.
Samanta frunció el ceño, su tono se volvió distante.
—¿Cómo te atreves a decir eso? Todo lo que tu hermano me dio es el pago que merezco, lo gané con mi salud. Sin mí, tu mamá habría muerto hace diez años.
—¿Y solo te quedaste con dinero y recursos? No, Samanta, tú también codiciaste el título de señora Ruiz, quisiste separar a mi hermano de Micaela, usaste tu papel de donante para chantajearlo, hasta te atreviste a secuestrarlo. Todo ese cuento de que lo amas no es más que una excusa —Adriana se puso de pie y la miró de arriba abajo, con frialdad—. Desde el principio solo supiste manipular y querer poseerlo. Lo que amas no es a mi hermano, sino el poder y la riqueza que el apellido Ruiz te podía dar. Eres ruin, despreciable, y no mereces ni siquiera hablar de amor.

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