"Espera, déjame aquí al lado del camino", dijo Debbie. No quería ver a Megan, ni quería detener a Carlos.
Él la miró y sintió el cambio en su estado de ánimo, pero no sabía por qué estaba enojada. "Cariño, si esos hombres se llevan a Megan, ella estará en peligro", explicó con paciencia.
Pero Debbie no contestó.
Cuando llegaron a la puerta de la comunidad de viviendas de Megan, la chica estaba acurrucada en una silla en la habitación de los guardias de seguridad, sujetándose las piernas.
"¡Megan!", llamó Carlos.
Al escuchar su voz, Megan levantó la cabeza, corrió hacia él y lo abrazó con fuerza. "¡Tío Carlos, estoy tan contenta de que estés aquí!, estaba muerta de miedo".
"No tengas miedo, estoy aquí", la consoló con dulzura. Ver a su marido con otra mujer ya era bastante malo, pero escuchar su tono suave y reconfortante hizo que Debbie se sintiera aún peor.
Algunas personas decían que su marido tenía un alma despiadada y fría, pero parecía que no era así con todo el mundo.
Con cuidado, levantó a Megan y la llevó hacia el coche. "Abran la puerta", le ordenó a los guardias de seguridad.
"Si, señor Hilton", respondieron ellos al unísono, y uno de ellos se apresuró a abrir la puerta trasera.
Carlos se volvió hacia Debbie, que se había quedado en silencio, observando, gracias a Dios, todavía no se había olvidado de ella. "Deb, entra, por favor".
Pero Debbie no quería entrar en el coche, por suerte, mientras se preguntaba qué hacer, sonó su teléfono.
"Hola Jefa, te llamo para preguntarte dónde compraste el vino tinto la última vez", dijo Karen.
"¿Qué? ¿Estás borracha? ¿Dónde estás? De acuerdo, voy a buscarte", dijo Debbie.
Karen estaba confundida, se quitó el teléfono de la oreja y comprobó la señal, pero era buena. "No, Jefa, te estoy preguntando...".
"Ah, estás en tu casa, está bien, quédate ahí y espérame, voy en camino".
Antes de que Karen pudiera responder, Debbie colgó. Miró a Carlos, que estaba esperando que subiera al auto y se disculpó: "Lo siento, Karen está en su casa, borracha, está de muy mal humor ahora, tengo que ir a verla, me quedaré en su casa esta noche".
Carlos la miró y no dijo nada.
Megan, que estaba en sus brazos, se agarró de la camisa de Carlos y dijo: "Debbie, ve, si tienes algo que atender, ya me siento mucho mejor y no es necesario que te quedes, yo cuidaré de tío Carlos por ti, por si estás preocupada por él".
Debbie se sobresaltó ante el descaro de la joven. '¡Esta perra manipuladora!', pensó.
"De acuerdo, adiós", dijo y se fue indignada.
Cuando se dio vuelta, esperó que él la llamara o la detuviera. 'Dime que no me vaya, si me detienes, entraré al coche y volveré a la villa contigo'. Pero hasta que un taxi se detuvo frente a ella, no la llamó ni se acercó a ella para pedirle que se quede.
Carlos puso a Megan en el asiento de atrás y dijo: "Descansa. Voy a...". En realidad pensaba decirle a Debbie que él quería llevarla a lo de Karen, pero antes de que pudiera terminar de hablar, Megan lo agarró de la manga y dijo con voz débil: "Tío Carlos, no... no me siento bien... yo...
Creo que necesito tomar la medicina".
"Bien, ¿tienes alguna de tus medicinas contigo?", preguntó Carlos. "S... sí", respondió Megan, señalando con gran dificultad su bolso.
Después de darle la medicina, Carlos se volvió para buscar a Debbie, pero ella ya se había ido.
Carlos estaba tan enojado que tenía ganas de insultar.
Ante la sugerencia del gerente, una chica de la audiencia pidió "La Camisa Negra", así que Debbie eligió esa canción a continuación, con un ritmo fluido, llegó al estribillo y desató otra ronda de aplausos. La chica que había pedido la canción estaba fascinada.
Después de la segunda canción Debbie tomó un breve descanso y aprovechó para sugerirle al gerente "Los clientes pueden pedir cualquier canción a cambio de una propina de doscientos, dividiremos la recaudación entre tú y yo, ¿Qué opinas?".
El gerente la miró con desconfianza, comenzó a sospechar de las palabras de Jeremías, si la chica realmente tenía buenos antecedentes, ¿por qué parecía tan desesperada por hacer dinero?
De todos modos, el gerente aceptó su propuesta, le hizo señas a un presentador, y le hizo anunciar el arreglo, la encantadora presencia de Debbie en el escenario atrajo a los clientes, ansiosos por impresionarla. Los hombres que intentaban pedir una canción se abrían paso entre la multitud hacia el escenario.
"Me Muero", "Despacito", "Cuando Me Enamoro", "Rosas", "Tanto la Quería", etc. Cantó todas las peticiones con una delicadeza impresionante, y al final de cada actuación recibió una ronda salvaje de aplausos.
Se había puesto de acuerdo con Karen y habían preparado las mentiras antes de llegar al bar. Si Carlos llamaba a Karen para preguntar sobre su paradero, ella lo despistaría. Cuando cortó la llamada con Karen, Debbie apagó su teléfono y se concentró en la música
Desde las nueve de la noche hasta las dos de la madrugada. Las propinas eran cada vez más altas. A pesar del precio elevado, la presencia encantadora de Debbie en el escenario le jugaba a favor, era interminable la cantidad de hombres que trataban de cortejarla cuando le pedían una canción. Siguió cantando durante horas, hasta que Jeremías, al darse cuenta de que estaba agotada, la arrastró fuera del escenario.
Esa noche Debbie ganó una fortuna, complacida con ella misma, besó los dólares con una sonrisa de satisfacción. "Es increíble haber ganado tanto en una sola noche", le dijo a Jeremías, que la miraba igual de impresionado.
Cuando se quedaron solos, Jeremías no pudo evitar preguntar: "¿Qué es lo que quieres comprar? Nunca te vi dejarte la piel de esta manera".
Debbie se aclaró la garganta: "Te lo diré más tarde, ahora no".
Jeremías puso los ojos en blanco y gruñó: "Se acabó nuestra amistad".
Debbie le dio una palmadita en el hombro y lo consoló, "Relájate, cuando haya ganado suficiente dinero, no volveré más a este lugar, entonces no tendrás que preocuparte más".
"Me alegra que pienses así. Si causas más problemas, tu esposo me despellejará vivo. ¿Qué tal si te presto el dinero que necesitas, así ya no tienes que cantar aquí?".

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