El Arrepentimiento Llega Tarde romance Capítulo 186

Cuando salió de la villa y volvió al coche, tenía las piernas completamente flojas. Al abrir el espejo del auto y mirarse, efectivamente, todo el cuello estaba cubierto de marcas rojas.

Se recostó contra el respaldo del asiento y, al ver el atardecer afuera, por fin recuperó la lucidez.

Dentro de esa casa, con el ambiente tan oscuro y la voz del hombre tan seductora, era como si hubiera sido arrastrada por él sin remedio.

Se llevó una mano a las sienes y se las frotó. Aunque no llegaron hasta el final, la sensación era como si lo hubieran hecho.

Suspiró, sintiendo un desorden absoluto en cierta parte de su cuerpo, y sus mejillas se tiñeron de rojo.

Lorena, ay Lorena, ¿qué cosas habrás hecho antes?

Pero por suerte, esta visita no fue en vano. Al menos, el hombre que estaba buscando ya yacía en el asiento trasero.

Esperó todavía media hora más antes de pisar el acelerador.

En la enorme habitación que acababa de abandonar, la luz seguía apagada.

El hombre jugaba con la humedad entre sus dedos, sus ojos se volvían cada vez más oscuros, pero no dijo nada.

Se levantó y, con pasos largos, se dirigió al armario del costado.

Aunque en la habitación no había ni una pizca de luz, parecía conocer su estructura a la perfección.

Tras colocarse una máscara plateada sobre el rostro, se dirigió hacia un palco transparente desde donde se podía observar la arena de combate.

Aquellas arenas eran compradas por magnates de primer nivel. Podían presenciar combates entre personas, entre humanos y bestias, e incluso entre bestias entre sí.

Y el verdadero dueño detrás de esta villa era él: el hombre de la máscara plateada.

En el palco había varias personas más. Todos se miraron entre sí en silencio.

El jefe parecía estar de buen humor. Aunque no lo mostraba abiertamente, su aura asesina se había aligerado considerablemente.

¿Qué tenía en el cuello?

Parecía que había sido arañado por un gato salvaje, pero en la arena de combate solo había bestias feroces, no gatos capaces de dejar marcas tan ambiguas en la piel.

El subordinado sintió un poco de lástima. Maldita mujer, ¿por qué siempre juega estos juegos? Hace que el jefe parezca un hombre entregado y sentimental.

—¿Entonces la vio hace poco?

—La besé.

—¡Felicidades, felicidades!

—Bien.

El diálogo fue breve, pero antes el jefe ni siquiera se molestaba en responder ese tipo de preguntas.

Cuando quería esconder sus emociones, nadie podía adivinar lo que pensaba.

Incluso si amaba a alguien, lo ocultaba tan profundamente que tal vez llegaba a engañarse a sí mismo.

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