Ariana preparó con sus propias manos una jarra de infusión de flores para su papá y se sentó a su lado en el sillón.
Después de hacer todo esto, fue ella quien rompió el silencio primero.
—Papá, hace poco me encontré con Esteban en el hospital. Tuvimos un pequeño enfrentamiento, y justo pasó que alguien grabó la escena y la subió a internet.
Julián frunció el entrecejo, preocupado.
—¿Fuiste al hospital? ¿Te sentías mal?
Ariana esbozó una sonrisa tranquila, como si estuviera contando algo sin importancia, restándole peso al asunto.
—En ese entonces acababa de divorciarme de él. No podía dormir bien por las noches y temía que si seguía así, mi salud se vería afectada. Así que pensé en ir al hospital, sacar una cita y ver si podían ayudarme a dormir mejor.
Recordó que cuando su mamá recién falleció, su papá también sufrió de insomnio durante un buen tiempo. Pero como tenía que cuidarla a ella, no podía darse el lujo de enfermarse, así que se animó a buscar ayuda médica y poco a poco salió adelante.
Su papá siempre supo cuánto había querido a Esteban. Por eso, este tipo de mentiras piadosas él podría creerlas y entenderlas.
Tal como esperaba, la preocupación en el rostro de Julián se hizo más evidente, pero su tensión interna se relajó un poco.
—¿Y ahora cómo va tu sueño? ¿Has mejorado?
En el video se veía a Ariana tan mal que incluso vomitó, lo que dejaba claro que su estado era grave en ese momento.
Ariana sonrió, pero en lugar de responder, preguntó:
—Papá, ¿cómo me ves ahora? ¿No crees que me veo mejor?
Esa noche Ariana había decidido no maquillarse, presentándose al natural solo para que su papá no tuviera sospechas y se quedara tranquilo.
Julián la miró despacio, observando lo saludable y sonrosado de su cara. Recordó el día que regresó de su viaje de trabajo en Colinas Verdes y vio a su hija en el cementerio. En esa ocasión, Ariana se veía demacrada, con ojeras marcadas y los ojos llorosos. Aunque sonreía, era evidente que sus emociones estaban desbordadas.
Se culpó por no haber estado más cerca de su hija en aquel momento, por no haberla consolado como debía.
Julián la miró con atención. Era cierto, su hija se veía mucho mejor que dos meses atrás; incluso sus mejillas ya tenían otra vez un poco de volumen.
Las palabras pueden engañar, pero el estado de una persona, su ánimo, eso no se puede disimular.
Por fin, el hombre dejó ver una sonrisa genuina, relajada y llena de alivio.
—Tienes que comer a tus horas, y comer más. Todavía te falta ganar un poquito más de peso.
—¡Entendido! —bromeó Ariana—. Maestro Santana, estoy lista para tu supervisión estricta.
Padre e hija siguieron platicando largo rato, hasta que se acabaron toda la infusión de flores. Finalmente, Ariana se despidió con algo de tristeza.
...
Cuando Ariana llegó de regreso al Residencial Senda Nueva, ya pasaban de las nueve de la noche.

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