—Vamos a entrar y esperar aquí —dijo Jazmín, resignada al no poder encontrar a Ariana ni lograr contactarla. No le quedó de otra más que regresar al privado y sentarse a esperar.
Marcos, al ver la expresión de preocupación de Jazmín, no pudo evitar preguntarse con curiosidad: si algún día él desapareciera así de repente, ¿será que ella se pondría igual de inquieta y saldría corriendo a buscarlo?
Seguro que no, pensó. Hasta ahora, solo la había visto desbordar ese tipo de emociones tan vivas por Ariana.
Recordó también cómo tenía guardado el contacto de Ariana: en el teléfono y en WhatsApp aparecía como “Mi querida”, con corazones y de lo más empalagoso. En cambio, él era solo “Marcos”, así sin adornos, plano, como si fuera cualquier persona.
Por su parte, él había guardado su contacto como “Jaz mi sol”. Pero ahora, viendo cómo eran las cosas, se dio cuenta de que ella ni en cuenta lo tenía.
Tal vez era momento de cambiar ese apodo.
...
Mientras tanto, Esteban iba ya camino al hospital.
Antes de salir, revisó en el GPS y vio que el hospital más cercano al restaurante de comida cantonesa estaba apenas a ocho minutos.
Sin embargo, llevaba menos de dos minutos en el carro cuando escuchó un movimiento en el asiento trasero.
Esteban había estado atento al retrovisor y fue así como notó que Ariana había despertado.
Sintió un alivio inmediato.
—¿Cómo te sientes? ¿Todavía te duele la cabeza? ¿Tienes alguna molestia? —preguntó con voz grave y baja.
La voz masculina retumbó en el carro, haciendo que Ariana, apenas despertando, se estremeciera de pies a cabeza.
—¿A dónde me llevas? —preguntó Ariana, llevándose la mano a la cabeza, que sentía a punto de estallar, y sentándose como pudo en el asiento, a la defensiva.
Lo que había pasado antes de desmayarse lo tenía borroso.
—Al hospital —contestó él.
¿Hospital?
Ariana frunció el ceño, con un tono cortante.
—¡No voy a ir! ¡Para el carro ya!
Ariana sabía que no tenía caso discutir más con él; ese hombre era terco como una mula. Decidió aguantar hasta llegar al hospital, y ahí buscaría la forma de escapar.
Tres minutos después, Esteban estacionó el carro en el sótano del hospital.
Apenas escuchó el clic de las puertas, Ariana ya había abierto la suya y salió disparada sin esperar nada más.
Esteban, que ya imaginaba que ella iba a intentar escaparse, se desabrochó el cinturón de inmediato y salió tras ella.
El estacionamiento subterráneo era enorme y estaba repleto de carros. Ariana, al bajar, no supo ni para dónde correr. Simplemente echó a correr por el primer pasillo que vio.
—¿A dónde crees que vas? —Esteban la alcanzó en unos cuantos pasos y le tomó la muñeca.
Estaba claro que si seguía corriendo sin rumbo, podía terminar en una situación peligrosa.
—¡Suéltame! —Ariana reaccionó de inmediato, intentando zafarse, pero la diferencia de fuerza entre ambos era abismal; su esfuerzo fue inútil.
—Ya estamos en el hospital, hazte un chequeo y después te vas si quieres —dijo Esteban, ignorando tanto los intentos de Ariana por soltarse como la evidente aversión que se le notaba en la mirada.
Sin dejarle opción, la arrastró rumbo a la recepción para sacar una cita.

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