Cuando Romeo estaba en el hospital atendiendo lo de sus ojos, ya había hecho una llamada para pedirle a un conocido que le ayudara a darle una lección a Ariana.
Tenía que asegurarse de que esa mujer, que no sabía con quién se estaba metiendo, aprendiera de una vez por todas.
Como la policía había avisado a la familia de Romeo, su madre y su abuela llegaron al hospital tan rápido como pudieron.
Belén Navarrete siempre había consentido a Romeo, el nieto más chico de la familia. Al ver a su nieto con ambos ojos cubiertos de vendas, y escuchar al doctor decir que ahora mismo estaba ciego de manera temporal, casi se desmayó del susto.
—¿Qué clase de mujer tan desalmada es capaz de dejarle los ojos así a mi nieto? —Belén necesitaba que alguien la sostuviera del brazo, sentía una mezcla de angustia, rabia y dolor que le apretaba el pecho.
La señora Navarrete también tenía los ojos llenos de preocupación. Romeo era su adoración. Cuando ella se casó con la familia Navarrete, por mucho que lo intentó, solo pudo tener hijas al principio. Después de probar remedios y pasar por experiencias difíciles, finalmente logró tener un hijo varón. Desde entonces, su posición en la familia se volvió inamovible.
Romeo, desde pequeño, fue listo y siempre supo cómo ganarse el cariño de todos, sobre todo el de Belén, que se derretía con sus palabras dulces. Aunque al final la empresa familiar no fuera a quedar en manos de Romeo, Belén ya había dejado un testamento donde indicaba que, cuando ella faltara, todas sus acciones pasarían directamente a su nieto consentido.
Se trataba de casi cien mil millones de pesos, una muestra clara de lo mucho que prefería a Romeo sobre los demás nietos.
Después de que lo atendieron los doctores, Romeo ya no sentía tanto dolor en los ojos, y esa sensación de ardor también había disminuido bastante.
Así que ahora tenía ánimo para tranquilizar a Belén.
—Abuelita, no te enojes. Ya llamé a mi tío para pedirle que se encargue de esa desgraciada que me dejó así.
El tío de Romeo, Javier Encinas, era subdirector de la Comisaría Central de San Márquez y estaba encargado de temas de seguridad. Tenía bastante poder en sus manos.
En la habitación también estaba un policía de civil que había acompañado a Romeo al hospital. Escuchaba a la familia hablar, sin pena alguna, de cómo iban a usar sus conexiones para manipular la justicia, como si él fuera invisible.
El joven policía solo fruncía el ceño, tan fuerte que parecía que podía aplastar una mosca entre sus cejas.
Tosió fuerte, era el momento de recordarle a Romeo que tenía que ir a la estación a declarar.
—Señor Navarrete, necesito que me acompañe a la estación para que explique con detalle cómo ocurrieron los hechos hoy al mediodía en el centro comercial.
Romeo, al escuchar esto, arrugó la frente, lo que le hizo doler los ojos de nuevo. No pudo evitar hacer una mueca de dolor.

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