Rebeca de inmediato entendió el meollo del asunto y, sin rodeos, soltó con desdén:
—¿Es que eres demasiado coquetón o qué? Hoy hasta te tomaste la molestia de ir a recoger a otra chica. Si fuera yo, tampoco aceptaría.
Todavía tenía la esperanza de que Marcos pudiera ayudarla de manera indirecta, convenciendo a Ariana, a través de Jazmín, para que aceptara ser la tutora de su hija.
—Nada que ver, tía —respondió Marcos, tratando de defenderse—. Te juro que solo veo a la señorita Montiel como una hermana.
La expresión de Rebeca se volvió aún más desdeñosa.
—Hermana, pero sin ser de sangre… Estás jugando con fuego y ni te das cuenta, ¿verdad?
Marcos no pudo evitar reír.
—Está bien, entonces digamos que solo somos amigos, ¿eso te deja tranquila?
Ahora, la voz de Rebeca rebosaba de ironía y burla.
—Ay, por favor, ¿amigos entre hombre y mujer? Eso no existe, hijo.
Marcos ya no sabía ni qué decir.
—Tía, ¿no será que últimamente tu esposo te hizo enojar o algo así?
Cada frase de ella parecía querer desarmarlo por completo.
—No necesito que tu tío me saque canas verdes, esto es pura experiencia de vida, y de la buena —repuso Rebeca, ahora con un tono más serio—. Mira, si de verdad no te interesa la señorita Montiel, lo mejor es que dejes de buscarla. Sobre todo porque ni siquiera tienes novia todavía. Si no cuidas tus pasos, te vas a quedar soltero para siempre.
Marcos, entendiendo que en el fondo su tía solo se preocupaba por él, asintió con seriedad.
—Te lo prometo, tía. Apenas regrese, corto todo contacto.
Rebeca le lanzó una mirada de advertencia.
—Más te vale cumplirlo, que yo no me quiero quedar sin tu fiesta de bodas, ¿eh?
Marcos, sin poder evitarlo, se imaginó a Jazmín vestida de novia. Se le dibujó una sonrisa tan grande que casi se le escapa.
Con la duda clavada, el hombre orilló el carro, sacó su celular y de inmediato marcó el número de Ariana.
El celular sonó. Ariana, al ver la pantalla en el compartimiento del tablero, sintió un vuelco en el pecho.
Era Esteban.
Desde que Ariana lo había sacado de la lista negra, él nunca la había llamado; solo le mandaba mensajes por WhatsApp de vez en cuando.
¿Por qué la llamaba ahora? ¿Sería que el hombre del carro negro era Esteban?
Él vivía en Residencial Los Arcos, justo en esa zona de lujo. Además, reconocía el carro de Ariana, pero ella no sabía cuántos carros tenía él; seguro había algunos que nunca había visto.
Ariana dejó que el celular sonara hasta que se cortó solo. No contestó.
Poco después, entró un mensaje de WhatsApp. Esteban, otra vez.
Ariana ya había dejado atrás ese fraccionamiento elegante y seguía rumbo a Residencial Senda Nueva, sin molestarse en abrir el mensaje ni mucho menos contestar al hombre que, por un momento, había logrado inquietarla.

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