El Arte de la Venganza Femenina romance Capítulo 34

Esa mañana, tal como Ariana había previsto, Esteban no apareció por ningún lado.

En la amplia y cómoda habitación VIP del hospital, además de Salomé y su esposo, también estaba una señora de unos treinta años que ayudaba a cuidar a Salomé.

El tipo miserable había sido tan considerado que Ariana se sentía satisfecha.

—¡Ari! —Los ojos de Salomé brillaron al verla aparecer en la puerta de la habitación.

Héctor, al notar la alegría de su esposa, se apresuró a levantar la cama hasta dejarla en una posición inclinada cómoda y enseguida colocó un cojín suave detrás de la espalda de Salomé para que pudiera apoyarse mejor.

Sus movimientos eran tan cuidadosos como si estuviera cuidando el tesoro más valioso del mundo.

Esa escena caló hondo en el corazón de Ariana.

Recordó que, cuando su madre estuvo enferma y hospitalizada, su papá también la atendía con la misma dedicación y ternura, siempre haciéndose cargo de todo sin pedir ayuda a nadie.

Mientras acomodaba a Salomé, Héctor no olvidó sonreírle a Ariana con calidez.

—Ari, pasa y siéntate con nosotros.

Ariana disimuló el nudo que sentía en la garganta y, tras tomar aire, entró en la habitación.

—Señora Salomé, señor Ferreira —los saludó, y enseguida entregó el ramo de claveles rojísimos y vivos a la señora que cuidaba a Salomé para que los pusiera en un florero.

Se acercó a Salomé y le preguntó con sincera preocupación:

—Señora Salomé, ¿cómo se siente hoy?

Salomé le sonrió.

—Mucho mejor, gracias. El doctor dice que solo necesito guardar reposo unos días y estaré bien. No te preocupes.

Ariana se inclinó un poco para observarla con atención. Era verdad, se veía más recuperada que la noche anterior en terapia intensiva, aunque todavía un poco pálida.

Cuando Salomé terminó de hablar, se quedó mirando el ramo de flores que la señora acomodaba en el florero. Sus ojos se posaron en los claveles encendidos y una ola de calidez le llenó el pecho.

—Están preciosas las flores. Me encantan —dijo Salomé.

Ariana siguió la mirada de Salomé.

Ese ramo lo había comprado en la florería esa misma mañana. Antes, en fechas importantes, ya le había regalado varias veces flores a Salomé, pero nunca antes claveles rojos. Era la primera vez.

No lo hacía para quedar bien, sino porque de corazón deseaba que Salomé tuviera salud y muchos años más de vida.

Después de que la señora salió, Héctor caminó hasta la mesa de centro y preparó dos tazas de té para sí mismo y para Ariana.

El aroma del té llenó la habitación.

—Ari, toma una taza de té, esto en la mañana te ayuda a sentirte bien —dijo Héctor, acercándole la taza.

—Gracias, señor Ferreira —Ariana la tomó con cortesía.

Salomé sí tenía algo importante que decirle, pero no sabía por dónde empezar. Solo cuando Ariana probó el té y el sabor le envolvió la boca, Salomé se animó a hablar, aunque lo primero que hizo fue disculparse.

—Ari, discúlpame.

Los ojos de Ariana reflejaron cierta sorpresa, dejó la taza sobre la mesa y contestó con voz suave, pero muy firme.

—Señora Salomé, usted no me ha hecho nada malo. No tiene por qué disculparse conmigo.

Pausó un momento y agregó, con más énfasis:

—Tampoco le debe nada a mi papá ni a mí. El corazón de mi mamá y sus otros órganos los donó porque ella así lo quiso, para ayudar a quien los necesitara. Así que, señora Salomé, no tiene motivo para sentirse en deuda.

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