La segunda mitad de la plática fue bastante amena y, cuando Ariana salió del hospital, ya casi era mediodía.
No aceptó quedarse a comer, prefirió evitar cruzarse con Esteban.
Y como si hubiera predicho el futuro, Esteban llegó justo a la hora de la comida, apenas unos minutos después de que Ariana se marchara.
Durante estos días, Salomé debía comer ligero, pero no por eso descuidaban la nutrición, así que las tres comidas diarias de la familia Ferreira las preparaba el chef y nutriólogo de la familia, quien personalmente las llevaba al hospital, incluyendo la comida de Héctor.
Apenas entró al cuarto, Esteban percibió el aroma delicioso de la comida.
Se acercó para ver los platillos sobre la mesa. Había de todo y la cantidad era mucha, definitivamente más de lo que dos personas podrían comer.
—¿Ya comiste, hijo? —preguntó Salomé al notar cómo la mirada de Esteban se perdía entre los guisos.
Esteban apartó la vista, se sentó a su lado y le sirvió una sopa.
—Solo vine a ver cómo estabas. Más tarde tengo una comida con José Manuel.
Ayer en la noche le había quedado mal a José Manuel, así que hoy debía compensarlo invitándolo a comer.
Héctor, que escuchó el nombre, dejó los cubiertos y miró a su hijo.
—¿José Manuel? ¿El hijo menor de los Rivas? ¿Ya regresó al país? ¿Desde cuándo?
José Manuel, en efecto, era el menor de los Rivas, y tenía un hermano mayor.
Esteban, ante el interrogatorio de su padre, eligió responder solo lo necesario.
—Sí, ya tiene tres o cuatro días aquí.
Levantó la mirada y la paseó por la habitación, hasta detenerse en el florero sobre la mesa de centro.
—¿Ella ya estuvo aquí?
Si Ariana había venido, ¿por qué no se quedó a comer con sus padres? ¿Le temía a un encuentro con él? ¿Temía que él sacara a relucir el bochornoso episodio de anoche en el pasillo?
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