José Manuel frenó el carro a un lado de la avenida, sacó su celular y, mientras marcaba a su asistente, alzó la vista para ver el nombre del hotel.
La llamada entró.
José Manuel fue directo al grano.
—Checa de quién es el Hotel Dinastía Urbana, quiero saber a qué grupo pertenece y quién es el mero jefe.
Colgó y se quedó esperando la respuesta.
Pensó que ese hotel difícilmente podría ser parte del Grupo Ferreira. Ariana no sería tan ingenua como para ir a un hotel de la familia de su esposo si quería verse a escondidas con alguien más.
Pero si el hotel pertenecía a alguno de sus conocidos, podría pedirles de favor que le pasaran la información sobre el registro de Ariana.
En menos de lo que canta un gallo, su asistente devolvió la llamada.
—Presidente Rivas, el Hotel Dinastía Urbana es una de las inversiones estrella del Grupo Gamboa. El jefe actual del grupo es Rodrigo Gamboa.
¿Rodrigo? Ese nombre no le sonaba para nada.
Definitivamente no era de su círculo.
José Manuel frunció el ceño, fastidiado. Le molestaba tener la presa tan cerca y no poder rematar.
Sin embargo, no estaba dispuesto a quedarse afuera del hotel como si fuera paparazzi, solo para ayudar a su amigo a cazar a su esposa infiel.
Además, apenas llevaba unos días de vuelta en el país y ya se había topado varias veces con esa mujer. Parecía cosa del destino que le tocara ser quien descubriera sus secretos, así que podía esperar un poco más.
Después de pensarlo, José Manuel decidió dejar a Ariana tranquila por el momento y se fue.
...
Ariana regresó al hotel y, sin perder el tiempo, encendió la laptop. Tenía listo un programita que había estado escribiendo los últimos dos días: un pequeño troyano que había enlazado a una foto.
Entró al Twitter de aquella persona y, en uno de sus tuits con varias imágenes de una comida en un restaurante Michelin, dejó un comentario junto con el enlace a la foto:
[¡Qué coincidencia! Yo también fui a ese restaurante el mes pasado. Aquí va una foto que tomé ese día, aunque seguro no sale tan bonita como la tuya.]
El programa que había diseñado le avisaba automáticamente cuando la persona objetivo —y solo esa— daba clic en el enlace, mandándole una notificación directa a su celular.
Tomó el aparato, entró rápido a Twitter y borró su comentario, eliminando cualquier rastro.
El troyano, sin embargo, ya estaba sembrado en el celular de aquel que la había acusado de plagio, siguiéndolo como su propia sombra.
Cerró la página de bienes raíces y abrió un programa aparte, metiéndose de lleno a picar código.
Sus dedos se movían ágiles y veloces por el teclado, hasta que consiguió acceder a los mensajes de WhatsApp de esa persona.
Ahora solo quedaba leer, revisar todo en busca de algo útil.
La habitación del hotel estaba envuelta en un silencio absoluto, interrumpido solo por el golpeteo rítmico de las teclas.
La tarde fue escurriéndose sin prisa.
—¿Eh?— murmuró Ariana, al ver uno de los mensajes que había conseguido interceptar. Sus ojos brillaron con sorpresa.

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