Por otro lado, Ariana había salido del hospital hacía poco cuando Esteban también fue prácticamente “echado” por su madre.
Ese día, al ir al hospital, él mismo condujo su carro, sin pedirle a su asistente que lo acompañara.
Apenas llegó al estacionamiento y subió a su carro, recibió una llamada de su asistente, Gonzalo.
—Presidente Ferreira, ya tengo la información de lo que me pidió en la mañana.
—Adelante —ordenó Esteban, sin rodeos.
La voz de Gonzalo sonaba directa y eficiente.
—Ese número virtual que nos pidió rastrear, provino de la zona de Villas del Mirador.
—Entendido.
Esteban no se sorprendió ni un poco con ese resultado.
Apenas terminó de escuchar, colgó el celular, sin dar más instrucciones.
No hacía falta. Su madre le había pedido investigar, y él cumplió. El resultado era justo lo que esperaba: esa mujer había montado todo el show.
Esteban no pensaba contarle a su madre. Aunque lo hiciera, no cambiaría en nada la opinión que ella tenía de esa mujer.
Solo debía esperar con paciencia.
Una mujer embarazada y un hijo… al final, ningún secreto puede ocultarse para siempre.
Ariana había usado la excusa del encierro para escribir, ya fuera para ocultarse mientras cuidaba su embarazo, o para irse por su cuenta y luego fingir que nada había pasado. Pero todo deja huellas, tarde o temprano.
Tal como había ocurrido en esta ocasión con su teatro barato.
Antes del divorcio, Esteban quizá no tenía mucha paciencia para Ariana, pero desde que se separaron, le resultaba curioso observar, como espectador, cómo esa “payasa” se las arreglaba para actuar.
Dejó el celular en su sitio y encendió el motor. Pronto salió del hospital y se perdió entre el flujo interminable de carros.
...
Tres días después, Ariana había terminado de organizar toda la información que recopiló en su nuevo hogar, la guardó en una memoria USB y se preparó para ir al centro de investigación.
Su carro nuevo todavía no estaba listo para recoger, así que seguía usando el que rentaba por días.
Al llegar a la base, se encontró con Álvaro. Aprovechó para preguntarle si su hermano ya tenía noticias del favor que le había pedido hace unos días.
—Tranquilo, lo que te debo a ti es otro asunto —le atajó Ariana, adivinando lo que iba a decir.
Álvaro quería defenderse un poco, pero justo en ese momento vio a la doctora Graciela Bernal acercándose con varias personas. Se guardó su réplica por el momento.
Con la doctora Bernal había que mantener la compostura.
Ariana también la vio venir y reconoció a algunos de los que iban detrás: el comandante de la fuerza aérea, Faustino Rocha, y el jefe de estado mayor de una zona militar, Valentín Gil.
Sin embargo, en esta vida, en este momento, aparte de la doctora Bernal, era la primera vez que Ariana se cruzaba con los demás.
El grupo, siete en total, llegó hasta ellos. La doctora Bernal se encargó de las presentaciones una a una. Cuando llegó el turno de Ariana, la doctora Bernal se detuvo y recalcó:
—Ella es la doctora Santana, quien hace dos años desarrolló el dron de exploración submarina ultracompacto. Es una joven brillante, uno de los pilares de nuestro país y pieza clave en el proyecto del dron aéreo invisible.
Ariana, en efecto, a los veintiún años había logrado crear ese dron submarino ultracompacto y, además, obtuvo su doctorado en ingeniería. Ese dron ya estaba en uso en el sector militar, pero toda esa información era de alto secreto, muy poca gente lo sabía.
Incluso si alguien intentara investigar, lo máximo que encontraría sería que Ariana era una escritora de ciencia ficción y suspenso egresada de una universidad reconocida, con el seudónimo “Stella” y, en el apartado de estado civil, divorciada.
No había más datos personales disponibles.

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