Nerea lo tenía claro: para la abuela sería pan comido controlar a Ariana, pero si ese remedio funcionaba, ¿no acabaría beneficiando a esa mujer? Ni loca iba a permitir algo así.
Pero si la abuela intentaba meterse con su hermano, sería como alertar a la presa antes de la caza, y entonces el plan se iría por la borda.
—Ese remedio es para mujeres, no hace falta que tu hermano se entere. Cuando Ariana venga esta noche a cenar, buscaré la oportunidad de dárselo —dijo la abuela, ignorando el consejo de Nerea.
A Nerea no le molestó el desaire; total, ya sabía lo que tramaban. Bastaba con avisarle a su hermano, y Ariana nunca tendría la oportunidad de aprovecharse.
Mientras su hermano estuviera al tanto, esa mujer no lograría nada.
...
En el estudio de la planta alta.
—Perdiste otra vez, ¿qué te pasa? —Gerardo, visiblemente molesto, le echó una mirada fulminante a su nieto.
Llevaban tres partidas de go y Esteban había perdido las tres. Y siempre por la mínima: apenas un punto de diferencia.
—Si yo gano, ¿cómo va a quedar tu reputación, abuelo? —respondió Esteban con toda la calma del mundo, como si no le preocupara en lo más mínimo que el viejo pudiera volcar la mesa.
Gerardo casi se atragantó del coraje.
—¿Y crees que, porque me dejas ganar por un solo punto, eso me deja bien parado?
Esteban ni se inmutó y reviró:
—Tampoco puedo perder de forma tan lamentable.
Gerardo solo pudo quedarse callado.
A veces pensaba que mejor ni le hubiera pedido compañía para jugar. Ganar así era peor que perder.
—¿Otra ronda? —preguntó Esteban.
—Ya no, ya no —exclamó el abuelo, empezando a recoger las piezas del tablero.
Esteban, sin decir nada, se puso a ayudarle.
A medio recoger, el abuelo preguntó con tono aparentemente casual:
La explicación calmó un poco el gesto del abuelo.
—No te preocupes, haz de cuenta que no te dije nada. Ni siquiera fue idea de tu tío, solo pregunté yo por mi cuenta —aclaró Gerardo, dejando claro que su hijo no tenía nada que ver.
Esteban asintió:
—Lo sé, mi tío nunca me pide favores de ese tipo.
Gerardo pensó, con resignación: “¡Este muchacho me va a matar de un coraje!”
Aun así, la razón por la que sentía cierto pesar por su segundo hijo era porque, en su momento, decidió entregar la dirección del grupo familiar a su primogénito. Para Gerardo, los dos hijos eran igual de importantes, pero al darle todo el poder a uno, sentía que le debía algo al otro.
Cuando su hijo mayor estaba al mando, todavía se podía negociar. Pero ahora, con Esteban, era como hablarle a una pared de hielo: impasible y duro.
Gerardo no podía evitar preguntarse cómo le hacía Ariana para soportarlo.
Suspiró, resignado, mientras recogía las últimas piezas del tablero.

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