Donald, totalmente disgustado y decepcionado de la actitud de sus hermanas para con él y con Yves, abrió la puerta violentamente, para salir de ahí, con ella de la mano, cuando al escuchar a su hermana Jade, se detuvo y volvió a la mesa...
—Tú, ¿no nos puedes hacer esto? —gruñó ella, fuera de sí, levantándose de la silla.
—Y ustedes ¿no se han puesto a pensar, en lo que esto me afecta? —gruñó Donald.
—No, Donald, no nos puedes obligar, a aceptar como miembro de nuestra familia, a cualquier… trapo que te encuentres tirado en la calle —agregó Venus.
—¡Bingo! ¡Ja, ja, ja! ¡Hasta bruja es tu hermanita, mi amor! Porque precisamente, así fue como nos conocimos. ¿Recuerdas? Me recogiste como un trapo tirado en la calle —afirmó sonriendo Yves, mirando a Donald, quien sonreía con ella, recordando esto.
—¡Ya basta! Nadie te ha dado permiso para que entres en esta discusión —gruñó Venus, mirándola con desdén.
—Desde que me empezaron a atacar, llamándome zorra, me hicieron parte de esta discusión, ¡querida cuñada! —se defendió Yves.
Ante las palabras de ella, fueron las hermanas de Donald, quienes salieron arrojando la puerta. Al quedar solos estos, en la sala de junta, él la tomó por la cintura, atrayéndola hacia su cuerpo, mordiendo suavemente sus labios y diciéndole muy bajo:
—¡Discúlpame! ¡Perdóname! Por este mal rato que pasaste, pero era necesario que todos se enteraran de nuestro compromiso, obviamente, ninguno está invitado a nuestra boda —aclaró él, frustrado.
—Entonces... ¿Es cierto que nos casamos en quince días? —Preguntó ella incrédula— Pensé que lo habías dicho para enojar a tus hermanas.
—Es que quiero complacer a tu mamá —respondió él, con tristeza— Ivy quiere irse, dejándote segura, acompañada. Lamentablemente, su partida es una realidad y quiero complacerla.
—¡Grra-cias... mi amor, mi vida...! —Agradeció ella, complacida, quebrándose su voz— Nunca, tendré cómo pagarte esto. Todo lo que haces por mi madre y por mí —expresó ella, llorando y abrazándose fuertemente a él.
—¡Ya, ya mi reina! —Consoló él, abrazándola fuertemente, agregando— Y sí, ¡tú sabes cómo! —bajando el tono de voz hasta un susurro, muy ronco al oído de ella— complaciéndome y haciéndome feliz.
—¡Eso… dalo por hecho! —levantándose del escritorio donde él la había sentado.
—¡Aquí mismo! ¿Ya? —abriendo sus brazos y pasando sus manos por la mesa de la junta, para quitar todo lo que ahí se encontraba.
—¡Ja, ja, ja! ¡No, con tantas ansias, mi amor! Solo debes esperar quince días y nada más —manifestó ella. Él sonrió, acercándose y mordiéndole el labio. Ellos compartieron caricias, hasta que a punto de perder el control, Yves, lo detuvo y lo hizo salir de la sala.
Los dos salieron tomados de las manos y caminaron hacia la oficina del CEO. Él, buscó unas carpetas, se las llevó y anunció a su asistente que no retornaría en todo el día. Yves, fue objeto de muchas miradas, sobre todo de la asistente, quien no recordaba si era o no, la misma joven, que lo había venido buscando unos meses atrás.
Donald compró comida para llevar. Almorzó con ella y su mamá en el apartamento. Luego, habló con Ivy para anunciarle que en quince días se casarían, con lo cual le dio muchas alegrías, en medio de tanto sufrimiento y padecimiento.
El día de la boda... y el día de la muerte
El día esperado llegó, en un acto, sencillo, Yves y Donald contrajeron matrimonio, celebración esta que hicieron en el apartamento donde reside ella, para evitar tener que movilizar a Ivy hacia otro lugar. De esta manera, él complacía a su suegra, quien ahora si parecía estar en los últimos días u horas de su vida.
Para este acto, estuvieron presentes John y Michael, los dos mejores amigos de Donald, junto a Rachel y Rose, las mejores amigas de Yves. En este acto, Ivy hizo alarde de su inmensa felicidad, al ver a su hija casada, justo antes de morir.
Literalmente, esa misma noche de boda, antes de la fuga de los novios, la madre de ella, llegó a su triste final. Las amigas de esta, decidieron quedarse en el apartamento para hacerle compañía, durante estas horas, de tanto dolor para Yves.
Por su parte, Donald también le acompañó, sin embargo debió viajar con urgencia, por asuntos de negocios, los cuales no pudo evadir. Él, pensando que las amigas de Yves le acompañarían, salió asegurando, que en menos de tres días estaría de vuelta.
No obstante, habiendo transcurrido más de una semana de la muerte de Ivy, Yves no sabía nada de él. Ella lo había llamado, pero su celular siempre salía fuera de cobertura. Presumiendo lo peor, el día noveno, decidió entregar el apartamento a la Fundación.
Ese mismo día, Donald retornó al país y de inmediato fue a visitar a Yves, de quien no sabía nada, desde el día que salió, lamentablemente, había perdido su celular, en uno de los baños del aeropuerto de Canadá. Dejando las maletas en su apartamento, salió en su Lamborghini a buscarla.
»Al llegar al aeropuerto en Canadá, entré a un baño y perdí mi celular, lo coloqué sobre el lavabo, cuando me di cuenta de ello, me devolví, pero ya no estaba. Y no me sé los números de nadie, ni siquiera el del apartamento.
—¡Tú dijiste, que en menos de tres días regresabas! —respondió acusadoramente Rachel.
— Y mira… ¡Cuándo regresas! —reclamó Rose.
Después de esas palabras acusadoras y de rencor de las amigas de su esposa, Donald, se sintió muy mal. El reflejaba en su rostro, el nivel de culpabilidad que traía encima, por lo desconsiderado que fue con Yves, al no buscar la forma de saber de ella, a pesar de haberse quedado sin teléfono.
—Ella se sentía muy mal —agregó Rachel, mirándolo fijamente a los ojos— Es raro que no me haya llamado.
Él, no queriendo dar más explicaciones sacó una tarjeta del bolsillo de su chaqueta y se la entregó, diciendo:
—¡Por favor! Si te llama o viene, avísame, yo no la quiero perder —afirmó él con una voz y mirada suplicante. Donald, salió y subió a su coche. De inmediato, llegó Dylan, quien les preguntó:
—¿Quién es ese? —Rachel y Rose se miraron, sin responder, pues siempre les ha parecido que él, tiene malas entrañas y deseos hacia Yves.
—El esposo de Yves —respondió rápidamente, la dueña de la casa, aun con sus ojos abiertos como plato, asombrada, por la noticia y fundamentalmente por la apariencia de él, se veía que era muy rico.
—¿El esposo? Y ¿Cuándo se casó Yves? —preguntó Dylan con furia, mirando a las dos amigas de ella, manoteándoles en sus caras, iniciándose así una discusión entre ellos.
En tanto, Donald en su coche iba pensando en Yves y lo que estaría sintiendo, al verse abandonada, por su esposo, recién casada.
—¡Dios mío! Debí buscar cómo hablar con ella —exclamó él, dando con el puño fuertemente al volante de su coche...

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