Después de esa primera entrega, Donald se quedó abrazado a Yves, sintiendo la calidez y la suave fragancia de su piel. Él estaba concentrado en su aroma, cuando recordó de repente algo que le compró, por lo que, extendiendo un brazo hacia la mesita de noche, tomó una caja de regalo y se lo entregó a ella.
—Esto es tuyo, me disculpo, por no habértelo entregado antes, pero entre los problemas de la empresa, mis hermanas y la salud de mi hermano, se me había pasado por alto, al igual que esto —tomando también de la mesita de noche, una tarjeta negra ilimitada.
—Te acepto el celular, pero la tarjeta no. Yo puedo trabajar y mantener con eso, mis gastos, gracias amor, —respondió ella, besándolo en la boca.
—No, mi amor. Esto es lo mínimo que te mereces y que debí darte, incluso, antes de casarnos. ¡Discúlpame, lo descuidado y tacaño que he sido contigo! —agregó él, arrepentido.
—No, Donald, todo debe tener un límite. Tú no has sido tacaño conmigo, al contrario, me has dado demasiado, sin tener nada conmigo —expresó ella, haciendo que él, interiormente, se sintiera satisfecho de todas sus palabras. Aun así no aceptó su negativa.
—¡Yves, no voy a aceptar este rechazo! La tarjeta es tuya e incluso está a tu nombre, no hay vuelta atrás —afirmó él, satisfecho, acercándose nuevamente a ella, por detrás, haciendo que ella sintiera su nueva erección.
—Yo quiero de ti, tu amor, que me lo hagas siempre, es demasiado divino —confesó ella, por lo que su cuerpo se estremeció y tembló, al sentir en sus nalgas la dureza del miembro de Donald, el cual le hacía sentir inmensas y placenteras sensaciones.
—¡Ajá! —Gritó el eufórico— ¡Te gustó! Pensé que no te había gustado —manifestó, observando la piel de ella toda enchinada, besándole suavemente el hombro y el cuello— ¿Por qué me rechazas estos regalos que, con tanto amor, he buscado para ti?
—No, no es eso, mi amor. Solo que... ¡Me da pena! Tú siempre me das y yo no tengo nada, para darte a ti —confesó ella, abriendo las palmas de sus manos, volteándose hacia él.
—Tú, me has dado más —aseguró él, poniendo su mano en el bajo vientre de ella, moviéndola con sus manos, para colocarla de frente a él y abrazarla muy fuertemente contra su cuerpo.
—¿Por qué te di... mi virginidad? —pregunto ella tímidamente.
—¡No, bueno! No solo eso, que también me encantó —respondió él sonriendo— Tú me has dado un amor sincero, leal, único. Aunado a eso, tu compañía, risas, alegrías, en fin, todo lo que me encanta y me hace feliz. Esto no tiene precio.
Donald, perdido en la pasión y el deseo, comenzó a amarla de nuevo, apoderándose con intensidad de sus labios y su boca, haciendo que su lengua, recorriera y despertara el deseo en ella, quien estaba ansiosa por recibir todo de él, en este sentido.
Él fue bajando, hasta llegar a la fuente principal del deseo en Yves, con sus labios y su boca, comenzó el proceso de descubrimiento profundo de su vagina, haciendo que su lengua entrara en ella y saboreara su rico néctar.
Él, entraba y salía, alternando sus labios, su lengua y sus dedos, en ella. Con movimientos circulares, excitaba e hinchaba el clítoris, logrando que se viniera varias veces de esta manera, hasta que ya perdiendo el control de sus movimientos, se retiró y la penetró profundamente.
—¿Me sientes Yves? —preguntaba él, con su voz muy ronca por el deseo, observando como el cuerpo de ella se movía rítmicamente, a parte, que después temblaba y experimentaba fuertes contracciones involuntarias de los músculos pélvicos y uterinos.
—¡Si amor! —Respondió ella, en pleno estado de éxtasis, concentrada única y exclusivamente en lo que sentía, como en el movimiento rítmico, natural de su cuerpo— Definitivamente, esto era el paraíso terrenal.
—Te siento totalmente —afirmó él, con una sonrisa, que ella alcanzó a observar, al abrir sus ojos.
—Y yo a ti —exclamó ella, gimiendo.
Donald sentía el roce de su glande con la pared de fondo de la vagina, además, de la estrechez del canal vaginal de ella y como apretaban su miembro, dándole mayor placer. Aunado a esto, el rítmico movimiento de las caderas de Yves, lo volvían loco, era una completa danza árabe, lo que ella estaba bailando sobre su órgano.
—¡Detente, mi amor! ¡Por favor! Me vas a hacer acabar y aún quiero seguir sintiendo este inmenso placer que tú me das. Con esto, ella bajó el ritmo de sus movimientos lujuriosos, rogándole...
—¡Has que me venga, tengo el orgasmo a punto de llegar! Mi cuerpo desea sentirlo. ¡Por favor, Donald! —rogó ella, queriendo complacerlo también a él.
»Por favor, Donald, dame, ahí, mi vida, ahí... duro, por favor.
Ante estas súplicas, él aligeró y duro, el ritmo de su entrada y salida, logrando que los dos unidos en un solo ser, se vinieran nuevamente, emitiendo al final, fuertes gemidos, gruñidos y gritos de placer.
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