Mientras tanto, en el frente de la casa donde Yves vivió, seguían discutiendo Dylan, Rachel y Rose. Al ver llegar a esta con un morral, las dos amigas corrieron hacia ella, le rodearon y abrazaron, para explicarle lo que acababa de pasar.
—Amiga ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Por qué te fuiste del apartamento? —preguntó Rachel.
—¿Cómo sabes que me fui del apartamento? —preguntó Yves, asombrada, con una mirada inquisitiva.
—Me puedes explicar ¿Cómo es eso, que te casaste? ¿Cuándo? Y ¿Con quién? —gritó Dylan, acercándose a Yves, de forma amenazante.
Ella, estaba realmente asombrada por las preguntas. No comprendía lo que pasaba, así que pidiendo calma a todos, trató de dar respuestas a cada uno.
—Rachel ¿Cómo sabes que me fui del apartamento? —preguntó ella atónita.
—Porque vino tu esposo a buscarte —respondió ésta, mirándola con una sonrisa, agregando— ¡Se veía realmente preocupado!
—Él dijo que perdió el celular en un baño del aeropuerto, al llegar a Canadá y no se sabe los números de nadie, ni siquiera el del apartamento —agregó Rose.
—Eso es factible, porque yo no me sé el número de nadie, solo el mío y porque lo debo dar —mencionó Rachel.
Yves estaba pálida y muy triste. Había perdido peso, pues durante los días siguientes al funeral de su madre, no se alimentó bien. Dylan se acercó y la amenazó, pues según él, ella no se podía casar con otro que no fuera él.
Ante esto, Yves armándose de valor como siempre y demostrándole que no le tenía miedo, le respondió:
—¿Qué te pasa, imbécil? —Gruñó ella— A mí, tu no me amenazas, no te tengo miedo y en ningún momento, te he dado motivos para que te consideres mi dueño.
—¡Ya lo veremos! ¡Te juro que esta me la pagas! ¡Cabrona! —gritó él, alejándose de ahí, hacia su casa.
—¡Ven, Yves! —Manifestó Rachel— Mientras resuelves esto con Donald, te quedaras en mi casa ¡Llámalo! Porque realmente está preocupado por ti.
—Amiga, no me gustó para nada, esa amenaza de Dylan —Comentó Rose— ¿Por qué no llamas a tu esposo de una vez, para que te saque de aquí hoy mismo?
—¡No sé qué hacer! —Exclamó ella indecisa— ¿Cuándo llegó? ¿Por qué no me vino a buscar, sino hasta ahora?
—¿Cómo vas a saber las respuestas? Si no lo llamas —afirmó Rose, con una mirada sugerente.
—Toma mi celular amiga y llámalo ¡Ya! —expresó Rachel, extendiendo su celular. Ante la insistencia de estas, Yves marcó y entró la llamada:
—Aló, Donald Evans, a sus órdenes —respondió él, con una voz extremadamente grave.
—Sssoy yo... Yves —expresó ella, con su voz trémula y apagada, sin saber, que más decir.
—¡Mi amor, mi vida! ¿Dónde estás? —Preguntó él con una voz apasionada— ¡Anda vida! ¿Dime dónde estás?... ¡Por favor, déjame aclarar este mal entendido! —suplicó Donald, con una voz susurrante.
—Estoy en la casa de Rachel —contestó ella, sintiendo nuevamente las mariposas en su estómago.
—Ya voy por ti ¡Espérame! —ordenó él, girando su Lamborghini en U, en una zona prohibida.
A los diez minutos exactos, el coche de Donald se estacionó al frente de la casa de Rachel. Al ver a Yves, corrió hacia ella, abrazándola, besándola, ofreciéndole disculpas, por no haber apurado los asuntos pendientes en Canadá y haberse tardado tanto.
—¡Perdón! ¡Perdón! ¡Perdón, amor! —suplicó, rogó él, considerándose bendecido, al volverla a tener entre sus brazos, mordiéndose los labios.
—¿Porque no le pediste a alguien que me avisara? —Consultó ella, dejando correr sus lágrimas— Pensé, que me habías abandonado —sollozos.
—¡No, no mi amor! Eso no pasara —exclamó él, arrepentido de no haberla puesto a ella primero, que a sus negocios.
»¡Ven, súbete al coche! Vamos a mi apartamento, ahí hay algo desde nuestra noche de luna de miel, esperándote —aseguró él, loco por tenerla en sus brazos a solas y poderla amar.
Yves, se dejó llevar, no sin antes despedirse de sus amigas, a quienes, agradeció lo que siempre hace por ella. Igualmente, él agradecido, se despidió de ellas, con mucho cariño y arrancó con destino a su apartamento.
Durante el camino, Donald la puso al tanto, de todo lo que le pasó y el porqué de su retraso en el viaje. El, condujo con una mano, mientras que con la otra, llevaba a Yves con sus dedos totalmente entrelazados, con cierta presión, temiendo se le soltara.
—¡Mi amor, te extrañé tanto! Nunca imaginé, que en mi vida iba a extrañar tanto a alguien. No tienes idea, lo que fue, no encontrarte en el apartamento, ni aquí —afirmó él, besando la mano de ella— ¡Fue desesperante!
—Decidí entregar el apartamento porque esa fue la condición, solo lo disfrutaría, mientras, mi madre estuviera viva —confesó ella, satisfecha.
—Ese apartamento ¡es tuyo! —declaró él con determinación, buscando su mirada, sin descuidar la vista de la carretera, dejando a Yves, con la boca abierta y sin poder articular palabra alguna. Una vez, que ella asimiló la noticia, preguntó:
—¡¿Cómo así?! —cuestionó asombrada y dudosa.
—Que indistintamente donde fijemos nuestra residencia, ese apartamento es tuyo. Tú ves si lo alquilas o lo tienes como un refugio para tu escapadas conmigo, para lo que tú quieras —afirmó él, mirándola con deseo.
—Pero, me dijiste que lo habías entregado a la Fundación.
Él se encargó de pedir suficiente comida, por si ella, sentía después, más hambre. Al llegar el delibery, almorzaron, luego, descansaron un rato. Al despertar, Donald, comenzó a acariciarla y a besarla con ternura.
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