Narra Freya.
Cuando regresé a la finca Silverfang, escuché su voz antes de siquiera entrar en la guarida.
—Ahora que Aurora ha regresado, y es piloto, deberías divorciarte de Freya y aparearte con ella en su lugar —sugirió la madre de Caelum, Eleanor, con una confianza que goteaba como veneno.
—Aurora y yo solo somos amigos —respondió Caelum, con la voz baja.
—¿Amigos? Por favor —se burló otra voz. Esa era Giselle, su hermana menor—. Todos saben que estabas enamorado de Aurora primero. ¡Ella es la primera piloto femenina de Airborne Wing! Freya ni siquiera tiene un título. No tiene nada. Ella simplemente... no es rival para ti.
Sus palabras se deslizaron por el aire como veneno.
Tres años. Había estado al lado de Caelum en cada noche sin dormir, en cada misión brutal, en cada negociación con facciones rebeldes y Alfas extranjeros. Había curado sus heridas, dirigido operaciones de la manada en su ausencia, incluso cuando mi propio corazón sentía que se estaba desangrando.
¿Y ahora? ¿Ahora yo no era “rival”?
Justo en ese momento, Giselle me vio parada en la entrada.
»Oh, mira quién está aquí. ¿Estabas escuchando, Omega?
Di un paso adelante, con la espalda recta.
—No me estaba escondiendo. No estaba acechando. Entré por la puerta principal.
—Bueno, entonces, qué bueno —dijo bruscamente—. Porque deberías escucharlo. Deberías irte ahora. No te interpongas en el camino de Caelum y Aurora.
—Suficiente, Giselle —gruñó Caelum.
Pero ella no se detuvo.
—Ella solo logró aparearse contigo porque Aurora estaba entrenando. Se acercó cuando tu corazón estaba roto, y ahora solo se está aferrando como un parásito.
—Giselle, ya es suficiente —advirtió Caelum de nuevo, más brusco ahora.
Ella frunció el ceño pero se quedó en silencio. Entonces Eleanor intervino para calmar a su hija, pero su mirada aún estaba fija en mí.
Caelum se acercó, y su mirada bajó a la caja de madera negra que sostenía en mis brazos, suave, grabada y cubierta con la bandera carmesí de la Nación Licántropa.
—¿Qué es eso? —preguntó.
—Las cenizas de mis padres —respondí llanamente—. Las traje a casa.
La culpa cruzó su rostro.
—Lo siento. Debí haber estado allí, pero Aurora... se desmayó esta mañana. Hiperventilación o algo así.
Antes de que pudiera terminar, el grito de Eleanor resonó.
—¿Cenizas? ¡¿Trajiste cenizas a esta casa?!
Parpadeé.
—Sí. Son mis padres. Sirvieron a la Nación Licántropa con honor. Eran héroes.
Eleanor me miró como si hubiera rastreado suciedad en su impoluto tapete blanco.
—No me importa quiénes eran. Las cenizas están malditas. ¡No puedes traer esa... cosa... a esta casa!
Apreté mi agarre en la urna.
—Esta también es mi casa —dije fríamente—. Caelum y yo la compramos juntos después de la ceremonia de coronación.
Antes de que pudiera responder, Eleanor se lanzó hacia adelante.
—¡No mientras yo esté viva! —advirtió, levantando la mano.
La bofetada fue fuerte y rápida. El dolor floreció en mi mejilla mientras retrocedía, aun sosteniendo la urna. Y entes de que pudiera recuperar el equilibrio, ella se adelantó, golpeando la caja con ambas manos y esta se resbaló.
No.
El tiempo se ralentizó mientras la urna caía de mis brazos.
Mi loba se agitó debajo de mi piel en el momento en que Eleanor mostró sus colmillos, metafóricamente, por ahora.
Mis pupilas se estrecharon en rendijas. El instinto rugió a través de mi sangre como un tambor de batalla. En un movimiento rápido, envolví mis brazos alrededor de la urna de madera de ceniza obsidiana, sosteniéndola cerca como una madre protegiendo a su cachorro.
—¡Estas son las cenizas de mis padres! —mi voz temblaba con una furia apenas contenida, bordeada con un gruñido—. Murieron protegiendo las tierras Licántropas, ¿te atreves a insultarlos?
La voz de Eleanor resonó como un látigo a través del pasillo de piedra de la casa de la manada.
—¡Esta es la guarida de mi hijo! Traes la muerte a ella y esperas, ¡¿gratitud?! ¡Saca esa cosa maldita antes de que la rompa yo misma! ¡Deja que tus padres mestizos vean qué tipo de hija Omega sucia criaron!
Los pelos de mi loba se erizaron, puyando debajo de mi piel. Luché contra la transformación que me arañaba. Pero no podía hacerlo ahora. No aquí.
—Puedes ser la madre de Caelum, ¡pero no eres la Luna de esta casa! —espeté, la voz afilada como vidrio roto—. Y no escupirás sobre el honor de los Guerreros que dieron sus vidas para mantenerte a salvo detrás de estas malditas paredes.
El olor de Caelum me llegó antes que sus palabras: cedro y escarcha, tan frío e inflexible como la mirada en su rostro.
—Freya... solo sácala. Por favor… —Tenía la mandíbula apretada—. La condición de mi madre es frágil. Si algo sucede por esto, si ella se transforma o se enferma de nuevo, no te lo perdonaré.
Algo dentro de mí se rompió con fuerza, definitivo.

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