Distancia.
Eso fue lo que su esposa le dijo antes de morir, la palabra exacta que usó para describirla: distancia.
Él viajó al país y encontró a Mireya. Aunque Mireya tenía un carácter fuerte y era muy independiente, de distante no tenía nada. Al contrario, Mireya era como un rayo de sol: radiante y llena de energía.
Pero el esposo de Mireya era, en efecto, Lázaro.
El apellido de Mireya era Zúñiga, y en su infancia también había pasado por momentos muy difíciles.
Lo más importante de todo: el plan para casas de retiro que Mireya diseñó era considerado el mejor del mundo.
Todo coincidía, palabra por palabra, con lo que su esposa había dicho.
Álvaro observó a Rocío marcharse, y la pena se le marcó cada vez más en el rostro.
El celular sonó. Álvaro lo miró y, al ver quién llamaba, dejó asomar una leve sonrisa antes de contestar.
—Bueno, doctor Paredes, qué gusto escucharte.
Álvaro había conocido a Simón Paredes en la fiesta de cumpleaños de Violeta. Desde el inicio, Álvaro sintió aprecio por ese joven, y Simón siempre lo había tratado con respeto.
Y lo más importante: ambos tenían el mismo deseo de proteger a Mireya. Por eso, apenas se conocieron, intercambiaron sus números y quedaron en contactarse.
—Señor Álvaro, le llamo porque quiero hablar con usted de algo urgente. No podemos dejar que esa tal Rocío arruine la felicidad de Mire. Esa mujer no tiene perdón —dijo Simón, directo y sin rodeos.
—Eso mismo pienso yo —respondió Álvaro.
—Mejor platicamos en persona.
—De acuerdo.
Al cortar la llamada, Álvaro se quedó viendo la silueta de Rocío alejándose y murmuró para sí:
—No importa lo difícil que seas, no voy a dejar que arruines la felicidad de Mire.
...
Rocío, por supuesto, no tenía idea de lo que Álvaro decía a sus espaldas.


VERIFYCAPTCHA_LABEL
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Desquite de una Madre Luchona