En el sillón no solo estaban sentados Lázaro y Mireya.
Había tres hombres y una mujer más.
Claudio Herrera y Hernán Navarro, amigos de Lázaro, sabían que ella y Lázaro eran esposos, pero la trataban igual que él: la ignoraban por completo, como si fuera invisible.
Al menos no la insultaban ni la hacían pasar vergüenza con palabras. Ya eso se podía considerar una postura neutral.
Pero el otro hombre y la muchacha eran otra historia.
Eugenio, amigo de la familia Zúñiga, conocía a Mireya desde que ella tenía dieciséis años. Para Eugenio, Mireya era como su propia hermana, la consentida, la niña de sus ojos.
Por eso, cuando Eugenio vio a Rocío, sus ojos destellaron con una furia apenas contenida.
Y con un desprecio que se sentía en el aire.
Si lo de Lázaro era indiferencia absoluta, dejando a Rocío a su suerte sin importarle nada, lo de Eugenio era otra cosa: él no se molestaba en ocultar cuánto la despreciaba, y si por él fuera, la aplastaría sin piedad. En su mente, Rocío no era más que una mancha apestosa en la vida de Mireya, y arrancarla de raíz, triturarla y desaparecerla sería lo mejor que le podría pasar.
Solamente porque estaban en público, Eugenio se aguantaba las ganas de humillarla en ese instante.
La otra chica, una jovencita que rondaba los veinte, le resultaba familiar a Rocío, aunque no lograba ubicar de dónde la conocía.
La muchacha era menudita, de cabello corto y desordenado, vestía un conjunto moderno de tirantes azul claro y zapatos de tacón beige. Su apariencia derrochaba lujo y seguridad, y al mismo tiempo tenía una chispa traviesa y vivaz.
Para Rocío, toda esa gente, conocida o no, no tenía nada que ver con ella.
Jamás pensó que, en un lugar como ese, Lázaro fuera a ponerse de su lado.
Por eso, aunque Lázaro había cancelado su cita al mediodía, Rocío no tenía intención de acercarse a él para hablar.
Les echó una mirada rápida, levantó su copa y se alejó del grupo.
Apenas se dio la vuelta, una voz juguetona y retadora la detuvo:
—¡Vaya, si no es la chica que le quiso quitar el collar de zafiros a Mireya! ¿No la habían metido a la comisaría por mi culpa? ¿Quién la sacó, y cómo es que se atreve a aparecer por aquí?


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