Al ver a Simón con la boca abierta, Rocío soltó una sonrisa cargada de ironía.
—¿Te arrepientes de haberme traído? Si lamentas haber traído de vuelta a esta falsa hija, puedo pagarte lo del carro.
Simón negó con la cabeza, el peso de sus pensamientos reflejándose en su expresión.
—Hay algo que siempre pasé por alto —soltó, con una seriedad que calaba hondo.
Rocío lo miró, sin entender a qué se refería.
—¿Qué cosa?
—Yo solo sabía que Mireya regresó a los dieciséis años... pero nunca me detuve a pensar, ¿qué fue de la niña que originalmente estaba con la familia Zúñiga? —La voz de Simón tenía un matiz amargo, como si se culpase a sí mismo.
—Sí, ¿y esa falsa hija de la familia Zúñiga qué? ¿Qué destino le espera? ¿Debe morirse acaso? ¿No merece vivir en este mundo? —Rocío bajó la mirada, su voz sonaba apagada pero cargada de una rebeldía dolorosa.
Simón dudó un momento.
—Todos estos años... ¿cómo los sobrellevaste?
—Mis verdaderos padres no me dejaban entrar a su casa. Así que tuve que regresar con los Zúñiga, pero ellos ya me habían borrado hasta del registro familiar. Ni siquiera tenía nombre propio. Como un perro vagabundo, pasaba los días tirada afuera de la puerta de los Zúñiga, sin comida, sin agua, con frío y hambre. Al final, terminé enfermándome por quedarme ahí tanto tiempo.
Simón guardó silencio, abrumado.
—Fue Elvia quien me rescató —continuó Rocío, sin mirar a nadie.
—Cuando me recuperé, seguía aferrada a la esperanza y volvía a la casa de los Zúñiga, esperando que mis papás me aceptaran de nuevo. Pero nadie me hacía caso. Hasta que un día, mi abuela vino y me llevó a vivir con ella.
—Mi abuela es la exesposa de Javier.
—Javier, después de ganar dinero, se consiguió una novia en la ciudad. Cuando mi abuela, embarazada de dos meses, se enteró, tuvo una hemorragia y perdió al bebé. También le quitaron el útero. Desde entonces, mi abuela se quedó sola en el mundo, sin hijos ni familia, condenada a una vida de soledad.
Lo curioso era que hacía poco Rocío había dicho que no quería ser amiga de Simón, pero ahora le contaba sin reservas todo lo que había vivido, la relación con su abuela, con los Zúñiga y el dolor que llevaba por dentro.
En el fondo, le daba una envidia enorme ver cuánta gente quería y protegía a Mireya.
Le daba aún más coraje saber que Mireya había logrado ganarse el amor de Lázaro.
Ella, en cambio, no era más que la falsa hija que todos despreciaban. No tenía nada.
No había conquistado el cariño de Lázaro.
Ni siquiera su propia hija la quería.
Soñaba con tener a su lado a un hombre fuerte, empático, honesto y bueno, alguien que la protegiera como un hermano mayor, alguien en quien apoyarse sin miedo.
Justo como Simón protegía a Mireya sin esperar nada a cambio.
Pero ella no tenía a nadie así.
Rocío, fingiendo que nada le afectaba, le sonrió a Simón.

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