—Más despacio, Nicolás... ya no aguanto más...
El gemido coqueto de la vecina, mezclado con el golpeteo de la cabecera contra la pared, se colaba sin piedad en los oídos de Marisa Páez.
Sus manos se apretaban en puños, las uñas incrustadas en las palmas, y el dolor punzante apenas podía competir con la punzada aún más aguda que sentía en el pecho.
Era un dolor que le robaba el aire, que la apretaba por dentro y la dejaba al borde del ahogo.
Hoy, justo hoy, Marisa había planeado acabar con todo.
Cuarenta y nueve días atrás, la familia Loredo había recibido la peor noticia: el avión en el que viajaban su esposo, Samuel Loredo, y su cuñado, Nicolás Loredo, había tenido un accidente. Nicolás había regresado, pero Samuel… Samuel se quedó en ese accidente fatal.
Aquella noche, Marisa lloró hasta perder la voz y el sentido.
Tras cumplir con las ceremonias y el novenario por Samuel, Marisa ya no hallaba razón para seguir viviendo.
Durante más de un mes, fue reuniendo pastillas para dormir, con la idea de acabar con su sufrimiento. Pero cada vez que pensaba en morir en la casa de los Loredo, sin Samuel, la soledad la asfixiaba más.
Por eso, decidió llevar las pastillas y despedirse frente a la tumba de Samuel. Sin embargo, en el jardín de los Loredo, escuchó por casualidad la plática entre su suegra y Nicolás.
—Samuel, ya pasó más de un mes, y la panza de Noelia ni se asoma. ¿No será que ella también tiene algún problema? ¡Y además ni se esfuerza un poquito! ¿Qué vamos a hacer? La anterior tampoco pudo tener hijos… Esta familia sí que está pagando sus deudas.
En ese instante, Marisa sintió que el mundo se le venía encima. Se sostuvo del borde del jardín, como si un rayo la hubiera partido en dos. Tardó largos segundos en poder volver en sí.
Tratando de no gritar, se tapó la boca con las manos, temblando.
¡Así que su esposo Samuel no estaba muerto! ¡Quien había muerto era Nicolás! ¿Solo porque en todos estos años de matrimonio ella no pudo tener hijos, la familia Loredo había sido capaz de algo tan vil?
No podía creerlo.
Conociendo a Samuel, jamás pensó que él aceptaría algo así.
¿Sería que fue su suegra quien lo había presionado para no dejar sin herederos a la familia?
Pero la voz de Samuel, implacable, destrozó lo poco que quedaba de sus ilusiones.
—He acompañado a Noelia a revisiones y no tiene ningún problema. Solo es cuestión de tiempo para que quede embarazada. Yo también estoy haciendo mi parte.
¿Haciendo su parte? Sí, claro que sí. En el último mes, no se había tomado ni una sola noche de descanso.
Al principio, Marisa pensó que se trataba de dos sobrevivientes aferrándose el uno al otro tras la tragedia.
Ahora, todo le resultaba repulsivo.
Samuel siguió hablando:
—Mamá, no vuelvas a hablar de esto en casa. Si Noelia lo escucha, no lo soportaría. Ella siempre ha sido sensible y temerosa. Si llega a enterarse de que Nicolás ya no está, tal vez no lo resista...
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