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Héctor, junto con varios de sus compinches, prácticamente salió huyendo y regresó a la casa de la familia Juárez.
Aún se les notaba el mal humor en la cara, con una mezcla de indignación y rabia mal contenida.
—Héctor, ¿quién era esa mujer? ¿En serio hacía falta salir corriendo así? Mira, tú aquí en Clarosol tienes conexiones de todo tipo, nadie te ve para abajo. ¿Nomás era una viuda cualquiera! ¿A poco de verdad teníamos que irnos con la cola entre las patas?
Héctor seguía nervioso, lanzando miradas rápidas hacia la calle. Solo cuando estuvo seguro de que nadie los había seguido, soltó un suspiro que parecía liberar un peso de encima.
Rodó los ojos y encaró a los que lo acompañaban.
—Ustedes no entienden nada. ¿Saben quién fue el que nos salió a enfrentar esta vez?
Uno de los que tenía más tiempo trabajando con Héctor, sintiéndose en confianza, soltó:
—No importa quién haya sido, ¿a poco teníamos que asustarnos así? Esa Marisa hasta tiene lo suyo, la verdad. Yo hasta me andaba animando, y de repente ¡pum!, nos vamos sin más. Así no, Héctor. Hoy en la noche, mínimo me tienes que conseguir unas buenas chicas para compensar.
Héctor lo miró con fastidio, apretando los dientes.
—¿Pues qué, te manda más abajo que arriba o qué? El que vino a investigar por nosotros es hijo de la familia Cano.
Al escuchar el nombre de los Cano, el tipo que hace rato había hablado de Marisa se quedó congelado. El miedo se le trepó a la cara.
—¿La familia Cano? ¿No me digas que es la misma que andaba metida en todo lo turbio de antes?
Héctor destapó una botella de vino tinto sin pensar en copas ni nada, le dio un trago directo.
—¡Chingada madre! ¿Cómo es que Marisa terminó relacionada con la familia Cano? Estuve a nada de perder la cabeza por esa mujer.
Se dejó caer en el sillón, agitando la mano como si espantara una nube de mosquitos.
—Ya estuvo, cada quien a lo suyo. Si alguien viene a preguntar por lo de esta noche, ni una palabra, ¿oyeron? Lo primero que hacen es avisarme a mí.
Los tipos se veían molestos. Después de todo el rollo, ni un solo peso sacaron y encima tuvieron que regresar a escondidas. Lógico que no estaban contentos.
El calor de la noche en Clarosol empezaba a ceder un poco. Héctor manejaba el carro de la familia Juárez, un Mercedes, y tomaba atajos rumbo a la casa de la familia Loredo.
En la cabeza le daba vueltas a cómo explicarle a Noelia lo que había pasado, buscando la manera de no verse tan inútil. Porque, a fin de cuentas, era un asunto sencillo y ni así pudo resolverlo. Si ni eso podía manejar, ¿cómo le iba a pedir dinero a Noelia después?
De pronto, un descuido. El carro dio un golpe seco al chocar con algo.
Parecía un basurero.
Héctor pegó un brinco, soltando insultos mientras bajaba a revisar.
—¡¿Quién demonios deja un basurero en medio del camino?!
Ni siquiera alcanzó a ver bien lo que había golpeado. Sintió un golpe brutal en la parte de atrás de la cabeza. Todo se le fue a negro. No vio nada más.
En la oscuridad, alcanzó a escuchar una voz cargada de desprecio:
—¿Para qué cargarlo? Es más fácil arrastrarlo. Sí, jálalo por el suelo y ya.

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