Sabrina se detuvo de pronto, miró a Marisa con seriedad y le dijo:
—Marisa, todas estas costumbres se hacen para desearle lo mejor a la novia, para que tenga una vida tranquila y feliz después del matrimonio. Para tu madre y para mí, siempre serás la más valiosa, nuestro mayor tesoro. Por eso, no importa si es tu segunda o tercera boda; lo único que queremos es que seas feliz y vivas en paz.
Después de esa pequeña lección, a Marisa no le quedó más que encogerse de hombros, con la cara larga, y asentir.
—Ya está bien, lo entiendo, hermana.
Apenas lo dijo, una idea se le cruzó por la cabeza y su actitud cambió de golpe. Su expresión se iluminó como si una nube se disipara de repente.
—¡Hermana! ¿Por qué no vienes conmigo a comer con la familia Olmo? El chef de allá hace unas costillas agridulces que te van a encantar.
Sabrina, al principio, no tenía muchas ganas. Al final, no era su ambiente. Aunque Marisa y ella eran primas, la verdad es que Sabrina no tenía mayor relación con la familia Olmo, a la que Marisa se había casado.
Pero tampoco quería arruinarle la emoción a Marisa. Así que, tras pensarlo por un par de segundos, aceptó con una sonrisa.
Eso sí, su respuesta vino con condiciones.
—Marisa, eso sí te lo advierto: después de comer, ni se te ocurra dejarme en casa de tu esposo a pasar la noche.
Marisa frunció la boca en señal de fastidio.
—¿Y eso por qué? ¿Ni porque mi prima regresa después de tanto tiempo puedo pedirle que se quede una noche conmigo?
Al ver la cara de Marisa, tan llena de reproche, Sabrina solo pudo soltar un suspiro resignado.
—Ay, qué terca eres. Lo digo por tu bien. Yo en la familia Olmo soy una extraña, y quedarme ahí puede incomodar a varios. Si alguien se molesta, al final la que va a cargar con el problema eres tú.
Marisa abrió la boca, como si fuera a decir que a Rubén no le importaría, pero tras pensarlo un poco, se dio cuenta de que en realidad no podía asegurarlo. Solo suponía que Rubén no tendría problema, pero ¿y si sí?
Después de todo, no lo conocía tanto como para estar segura.
Sabrina se subió en el asiento del copiloto, aún con dudas, y echó un vistazo a todo el interior.
No solo el carro era de los caros, sino que además los accesorios y acabados adentro costaban hasta más que el propio vehículo.
Eso ya decía mucho.
Alguien que se gasta más en los accesorios que en el carro no era precisamente un asalariado común y corriente.
Sabrina, que últimamente había estado tan ocupada que ni tiempo tuvo de averiguar sobre el nuevo marido de su prima, se quedó pensando un instante. De pronto se sintió incómoda y hasta un poco molesta.
—Marisa, a ver, ¿ese señor Olmo no será un viejo de setenta años, verdad? ¡No lo permito! Si mi tía necesitaba dinero para resolver lo de mi tío, yo hubiera puesto el dinero, pero no voy a dejar que malgastes tus mejores años al lado de un anciano. La juventud es invaluable, no puedes perder los mejores años de tu vida por culpa de un viejito.
Marisa solo pudo reírse, un poco desesperada por la reacción exaltada de Sabrina.
—Hermana, de verdad, el señor Olmo no es ningún viejo. Solo es un año mayor que yo. ¿Por qué todos insisten en que es alguien mayor?

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