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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 138

Al escuchar que solo era un año mayor, Sabrina sintió cómo por fin se le aliviaba el alma.

Le preocupaba que su tía, por la angustia de lo sucedido con su tío, hubiera apresurado a Marisa para casarla sin pensarlo mucho.

Ay, esa tía suya... Y Marisa, en el fondo, sí que había salido igual de terca que ella.

No importaba cuán grave fuera el asunto en casa, nunca se dignaban a buscar ayuda entre la familia.

Sabrina y su mamá ya habían intentado tenderles la mano más de una vez, pero siempre recibían una negativa rotunda.

Su tía repetía que hasta entre parientes había que cuidar los lazos: si se estiran demasiado, se desgastan.

Sabrina siempre se quejaba de lo terca que era su tía, pero su mamá le decía que cada quien tenía su manera de hacer las cosas. Si la tía no quería ayuda, pues no había que forzarla, así la relación era más cómoda y auténtica.

—A ver, además de mí, ¿quién más piensa que te casaste con un viejo? —indagó Sabrina.

Marisa condujo el carro fuera del estacionamiento subterráneo. Tras pagar el estacionamiento escaneando el código, enfiló rumbo a la autopista hacia el aeropuerto.

—Solo los de la familia Loredo, ya sabes cómo son.

Sabrina no ocultaba su antipatía por los Loredo.

—Seguro te lo dijeron solo para burlarse, ¿no? Esos de la familia Loredo no tienen ni una pizca de buena intención. El único que medio valía la pena era Samuel y él... —Sabrina se detuvo en seco, percatándose de que había tocado un tema delicado.

Marisa apretó la mirada y respondió con tranquilidad:

—En la familia Loredo, ni uno se salva. Todos son iguales.

Sabrina la miró atónita, inspeccionando a Marisa de arriba abajo.

—¿Qué onda contigo? Antes eras una romántica empedernida, no permitías que nadie dijera nada malo de Samuel.

Marisa bajó la mirada y esbozó una sonrisa cargada de resignación y sarcasmo, pero ni rastro de tristeza.

—Hermana, Samuel no está muerto. El que murió fue mi hermano Nicolás. Samuel fingió su muerte.

El asombro dejó a Sabrina sin palabras. Se quedó mirando a Marisa, boquiabierta.

Conocía bien a su prima, y sabía que Marisa jamás inventaría algo así, mucho menos sobre un tema tan delicado.

Ya había oscurecido.

De repente, Marisa recordó que antes de salir ni siquiera había avisado a Sofía que regresaría a cenar a casa. Tenía que llamarle de inmediato, porque si llegaba tarde y se perdía la hora de la cena, le daba pena pedirle a la cocina que le prepararan algo solo para ella.

Pensando en eso, Marisa tomó el celular y llamó a Sofía.

—¿Hola, Sofía? Soy Marisa. Oye, quería saber si todavía están sirviendo la cena. Quisiera llevar a mi hermana a comer algo en la casa.

La voz de Sofía sonó cálida y animada al otro lado de la línea.

—¡Ay, señora Olmo! Por eso no se preocupe, aunque la cena ya haya terminado, si usted pide que le preparen algo, con gusto se lo hacemos.

Marisa sonrió mientras apretaba los labios.

—Sofía, no me molesta llamar, de verdad. Es mejor avisar, porque si llegamos tarde y tengo que pedirle a la cocina que prepare otra vez, sí que sería una molestia.

...

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