Marisa sabía que Sabrina solo pensaba en su bienestar.
Asintió, aunque por dentro sentía una determinación renovada.
—Hermana, entiendo lo que quieres decir. Pero esta vez no quiero quedarme encerrada en casa como una esposa común y corriente. He estado pensando… sé dibujar, de hecho, se me da bastante bien. No creo que me falte un plato de comida donde sea que vaya, ¿no crees?
Al ver la energía que ahora irradiaba Marisa, Sabrina no pudo evitar alegrarse y, entusiasmada, propuso:
—Hace tiempo, en una exposición, conocí a varias personas del mundo del arte. Déjame hablar con ellos, seguro puedo conseguirte algo.
...
En el estudio, Rubén escuchó el sonido del motor apagándose. De inmediato se acercó a la ventana y, al ver las luces del carro en el garaje, una sonrisa se dibujó en sus labios.
¡Marisa había vuelto!
Por un momento hasta se le olvidó que estaba en medio de una videollamada de trabajo. Se levantó apresurado, listo para bajar a toda prisa.
Solo el sonido del aviso de su asistente en la computadora lo hizo regresar a la realidad.
Rubén se recompuso y volvió frente a la pantalla. Miró directo a la cámara.
—Perdón, mi esposa acaba de llegar a casa, voy a cenar con ella.
El asistente no pudo evitar quedarse sorprendido. Nunca había visto a un señor Olmo tan “despreocupado” del trabajo.
Antes, el señor Olmo estaba tan entregado a su labor que hasta él, su asistente, temía que pudiera sobrecargarse.
Pero ahora, con el cambio de prioridades de su jefe, todos en el equipo podían respirar un poco más tranquilos.
...
Cuando Marisa y Sabrina entraron al salón principal, Rubén ya las esperaba sentado al lado de la mesa del comedor.
La mesa estaba repleta de platillos deliciosos, todo se veía apetitoso y bien presentado.
Sin embargo, para Sabrina, nada en esa mesa se veía tan atractivo como la persona que estaba parada a un lado.
Lo miró de arriba abajo durante varios segundos, hasta que al fin bajó la mirada y, acercándose al oído de Marisa, susurró:
—Niña, de verdad que comes bien.
—Rubén, ella es Sabrina, mi prima. Hermana, él es Rubén Olmo, mi… esposo.
La palabra “esposo” provocó que la sonrisa de Rubén se hiciera aún más amplia, como si no pudiera contener la felicidad.
A pesar de haber escuchado ese título muchas veces, que saliera de los labios de Marisa le supo especialmente dulce, como si le llenara el alma.
A Rubén le encantaba esa sensación.
Sabrina estaba a punto de saludar, pero el nombre del señor Olmo le hizo ruido.
—¿Rubén Olmo? Espera… Ese nombre me suena. ¿Cuántos Rubén Olmo puede haber en Clarosol?
Rubén, aún con ropa cómoda, tenía ese porte que hacía que hasta la ropa más sencilla se viera elegante. Con cortesía, respondió mirando a Sabrina:
—Tal vez conoces a alguien más con ese nombre, ¿no?
Sabrina negó con la cabeza de inmediato.
—No, la verdad no. ¿Tú crees que yo podría conocer a alguien así? Solo lo he escuchado. El famoso hijo mayor de la familia Olmo de Clarosol, Rubén, ¿quién no ha oído hablar de ti?

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El día que mi viudez se canceló