Entrar Via

El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 142

Apenas Sabrina terminó de hablar, una extraña sensación la invadió. Tardó unos segundos en darse cuenta de que algo no cuadraba.

Se preguntó, confundida, qué era eso que la inquietaba.

Pasaron unos quince segundos hasta que dio un salto mental, como si de pronto todo encajara, y miró a Marisa con ojos grandes de asombro. Luego, giró la vista hacia Rubén y soltó, casi tartamudeando:

—¡Espera! ¿No me digas que tú eres el hijo mayor de la familia Olmo de Clarosol? ¿Rubén Olmo?

Rubén se quedó en silencio un momento, desconcertado.

—Supongo que... sí, soy yo.

Al fin y al cabo, él era de Clarosol, se apellidaba Olmo y se llamaba Rubén. No había mucha vuelta que darle.

Rubén se animó a agregar:

—Aunque, la verdad, no estoy seguro de ser ese “famoso hijo mayor de la familia Olmo de Clarosol” del que hablas. Tal vez solo compartimos el nombre.

Sabrina, todavía aturdida, recordó lo que había pasado en el estacionamiento hacía un rato. En su prisa por advertirle a Marisa, ni siquiera se fijó en los carros del garaje.

Ahora que lo pensaba, los carros estacionados ahí, uno tras otro, cada uno de ellos valía más de un millón de pesos fácil.

Sabrina respiró hondo, volteó a ver a Marisa y, bajando la voz, preguntó en tono casi conspiratorio:

—Marisa, ¿por qué nadie me dijo que te casaste con Rubén?

Marisa le contestó sin perder la calma:

—Lo de mi papá es un tema delicado, así que preferimos no andarlo contando.

Sabrina aceptó la explicación, pero no pudo evitar sentir que le habían ocultado algo.

¡Era Rubén! No cualquiera. ¡Rubén!

Ese mismo Rubén Olmo del que tanto había escuchado en Los Ángeles, cada vez que organizaba una exposición. Los grandes empresarios siempre lo mencionaban, y cuando Sabrina decía que era de Clarosol, la miraban distinto solo por eso, porque Rubén también era de ahí.

Sabrina necesitó un buen rato para asimilarlo. Cuando por fin se repuso, se paró y le extendió la mano a Rubén, con toda la formalidad del mundo.

Marisa le lanzó una mirada como diciendo, “¿de verdad hace falta tanto?” Parecía que Sabrina estaba en plena clase, cuidando cada movimiento como una colegiala.

Rubén, captando el ambiente, se animó a romper el hielo con una sonrisa amplia:

—Prima, de verdad, no pasa nada. Tú y Marisa llevan años sin verse, es normal que quieran platicar. Sientan que están en su casa, no hay necesidad de ponerse tensas.

En ese momento, Sabrina entendió que a los grandes nunca les molesta ser amables; si ella insistía en la formalidad, sería ella la que quedaría mal.

—¡Nada de eso! Para nada estoy nerviosa —aseguró, tratando de relajarse.

Marisa, con una sonrisa cómplice, tomó los utensilios y empezó a servirse para luego ponerle en el plato a Sabrina.

—El chef preparó unas costillas agridulces que están buenísimas. Y este cerdo al estilo hawaiano, tienes que probarlo.

En menos de lo que pensó, Sabrina tenía el plato repleto de comida.

Rubén, sentado frente a ellas, miraba el plato de Sabrina con una expresión divertida y, aunque disimulaba, se le notaba algo de envidia.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: El día que mi viudez se canceló