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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 144

La luz de la luna caía clara y suave, delineando la figura de Rubén. Ese destello de preocupación en su rostro se esfumó bajo la sombra.

Cuando Marisa levantó la mirada, ya no encontró ni rastro de emoción en la cara de Rubén.

Ella sonrió y negó con la cabeza, avanzando hacia el patio de la familia Olmo.

—No me pasó nada, fue mi prima la que se topó con un loco. Yo nunca me he visto en algo así.

Murmuró para sí misma:

—Mi prima sí que es valiente, con ese tipo de gente, directo los llevó a la comisaría. Si me pasara a mí, seguro salgo corriendo y me escondo.

Rubén caminó junto a Marisa, siempre a su lado.

Él le sacaba una buena cabeza de altura, así que para él el paso de Marisa era lento, casi pausado.

Tenía que reducir el ritmo para poder andar a la par con ella.

—Tú también eres valiente. Cuando los de la familia Loredo te molestaron, los mandaste directito a la comisaría.

Marisa hizo una mueca al oír el nombre de la familia Loredo.

—Ya ni modo, me tocó lidiar con los Loredo, ¿qué le voy a hacer?

Rubén se detuvo por un instante, y después, con una seriedad que no solía mostrar, dijo:

—Marisa, si algún día quieres alejarte de los Loredo, yo estoy dispuesto a ayudarte en lo que sea.

Marisa lo miró, con unos ojos tan claros y chispeantes que parecían brillar más que la propia luna.

—¿Pero no ves que ya me libré de los Loredo?

Rubén se quedó pensativo un buen rato.

Tal vez, en efecto, Marisa ya había dejado a los Loredo atrás. El que no lograba soltarlos era él.

A sus ojos, Samuel era como una bomba de tiempo, a punto de explotar en cualquier momento.

Lo peor era que ni siquiera sabía cuándo podría estallar. Tal vez en el próximo instante. Tal vez en otra vida.

Por un momento, una inquietud le apretó el pecho y, casi sin pensarlo, Rubén tomó la mano de Marisa. Sintió con certeza que ella estaba justo ahí, acompañándolo. Solo entonces pudo respirar con tranquilidad.

Marisa se sorprendió al sentir cómo Rubén tomaba su mano de repente.

Miró hacia el suelo y vio las sombras de ambos, con las manos entrelazadas, avanzando en dirección a casa.

Sin querer, una calma desconocida se coló en su corazón.

...

La noche había caído.

—¿Pegajosa? Si desde chiquita siempre andaba pegada a ti, ¿o ya se te olvidó?

Mientras las dos continuaban platicando, Rubén salió de la oficina.

No tenía cara de haber terminado de trabajar, más bien parecía que algo inesperado había ocurrido.

Marisa dejó el celular a un lado y se levantó, preocupada.

—Rubén, ¿pasó algo?

Rubén notó que su expresión podía preocupar, así que se esforzó por relajarse.

—Nada grave. Tengo que ir a ver a un amigo, surgió un problema y tengo que checar cómo está.

Marisa pensó en insistir, en acompañarlo. Pero al final decidió respetar su espacio; no quería invadir su privacidad ni causarle molestias innecesarias.

Solo atinó a recordarle:

—Maneja con cuidado.

Rubén asintió y, con voz suave, agregó:

—Descansa temprano. En cuanto termine regreso a casa.

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