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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 145

Cuando Rubén se fue, Sabrina al otro lado de la videollamada murmuró con duda:

—No me cuadra... el señor Olmo no parece del tipo que sale de fiesta, pero si va a salir tan tarde y no es por trabajo, seguro va a reunirse con esos juniors para ir a algún lugar de ambiente.

Marisa se quedó unos segundos en silencio, un poco sorprendida.

Si Rubén de verdad iba a uno de esos lugares, tal vez debía sentirse aliviada de no haberlo presionado antes. Preguntarle solo habría hecho que ambos se sintieran incómodos.

Como Marisa no respondió, Sabrina preguntó:

—¿Te pusiste triste, Marisa? Mira, los hombres son así. Tienen compromisos y eso es normal, sobre todo alguien como Rubén. Mientras él siga pensando en ti, es suficiente. No podemos esperar que un hombre así solo tenga ojos para una.

Y la verdad, con la forma de ser de Marisa, aunque alguien tuviera ojos solo para ella, seguro ni cuenta se daba.

Marisa apretó los labios, sin mostrar demasiado en el rostro.

—No estoy triste, hermana. Lo de Rubén y yo... no es como tú te imaginas.

Quiso decir más, pero sintió que hablar de eso por teléfono no era lo mejor.

Después de intercambiar un par de palabras, colgó la llamada.

...

La noche ya había avanzado bastante.

Después de bañarse, Marisa se puso una pijama de satén que se ajustaba a su figura y se acostó en la cama grande de la habitación.

Estar sola en esa cama la hizo notar lo enorme que era, impregnada por todos lados del aroma de Rubén.

Si se giraba a la izquierda, sentía su fragancia. Si se giraba a la derecha, también seguía su aroma. Incluso al subirse la cobija y cubrirse la cara, el olor de Rubén seguía ahí.

Toda la habitación respiraba a Rubén, menos él mismo, que no estaba.

No sabía por qué, pero Marisa, que casi nunca tenía problemas para dormir, esa noche simplemente no podía conciliar el sueño.

—¿No que Marisa era hija única? Nunca supe que tuviera hermanas.

Rubén asintió.

—Sí, es hija única, pero tiene una prima, se llama Sabrina.

Claudio apretó los dientes con rabia.

—¿Sabrina, dices? Llévame a verla, tengo que aclarar esto con ella.

Rubén detuvo a Claudio, que ya se estaba encendiendo.

—¿Y tú por qué le echas la culpa a la chica? Más bien la culpa es tuya por no fijarte en el letrero. Un adulto metiéndose al baño de mujeres, es lógico que ella se pusiera alerta y llamara a la policía. Si quieres culpar a alguien, culpa a la familia Cano por sus negocios turbios de antes, que todavía los tienen en la mira. Y ese oficial Ismael, apenas y pudo agarrar algo, obvio iba a querer darte un escarmiento.

Rubén hizo una pausa y, levantando una ceja, agregó:

—Si quieres, mejor échale la culpa a Gonzalo. Todo esto pasó por ir a recogerlo, ¿no?

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