Tras ubicar con precisión la posición de Gonzalo, Rubén avanzó hacia él con una tranquilidad absoluta, como si estuviera paseando por la plaza del pueblo.
Bastó una simple mirada de Rubén para que la chica de vestido corto y copa de champán, que acompañaba a Gonzalo, entendiera la indirecta y se hiciera a un lado con discreción.
Rubén, sin perder la compostura, se sentó junto a Gonzalo con naturalidad y confianza.
Esta escena dejó boquiabiertos a quienes conocían a Rubén desde antes.
Hasta hace poco, Rubén no soportaba a Gonzalo. Ni siquiera toleraba coincidir en las mismas fiestas o reuniones; si podía evitarlo, ni siquiera se presentaba.
¿Será que hoy el sol salió por el oeste?
Gonzalo, con la copa de champán en la mano y la ceja levantada, no podía ocultar su sorpresa; ni en sueños habría esperado que Rubén se le acercara. Si alguien estaba desconcertado por la situación, ese era él.
¿A poco Rubén se levantó raro hoy?
Rubén acababa de sentarse y estaba a punto de servirse un poco de jugo cuando Cristian se le adelantó y le dijo:
—Señor Olmo, con lo especial que es tenerlo esta noche aquí, ¿cómo va a servirse usted mismo la bebida?
Mientras hablaba, Cristian se puso de pie dispuesto a servirle.
Rubén levantó la mano para detenerlo.
—Manejaré más tarde, gracias. Solo un poco de jugo para mí.
En ese círculo nadie tenía la costumbre de insistir con el alcohol, así que Cristian no insistió y le sirvió un vaso de jugo.
Rubén tomó el vaso y, girándose hacia Gonzalo, comentó:
—No pudiste probar el trago de mi boda, así que esta noche te invito uno, pero con jugo en vez de vino.
Gonzalo, todavía intentando descifrar el motivo de este acercamiento, chocó su vaso con el de Rubén. Seguía preguntándose qué traía entre manos.
¿Será que esto tiene que ver con el favor que le hizo con lo de Víctor?
Pero, según las palabras de Rubén, lo de Víctor ya se había solucionado con dinero, que no hacía falta nada más.
Pero si de provocar se trataba, Gonzalo tampoco era de los que se quedaban callados. Entre más presumía Rubén, más ganas le daban de molestarlo.
—Si hubieras ido con Marisa al aeropuerto, a lo mejor ni me la habría topado. Se me olvidó contarte, pero hoy la vi allá. Sigue igual que cuando era niña, muy simpática.
Como si eso no fuera suficiente, Gonzalo remató:
—Bueno, en realidad sí hay algo diferente. Marisa ya es toda una señorita, tiene un no sé qué que la hace muy atractiva.
Cristian, al escuchar esto, casi se atraganta. Los dos parecían estar a punto de echar chispas.
Todos sabían que Marisa era el talón de Aquiles de Rubén, pero Gonzalo, quién sabe si por falta de tacto o por ganas de provocar, no paraba de decir cosas que podían hacerlo enojar.
No era de extrañar que estos dos nunca se llevaran bien.
Justo cuando todos esperaban que Rubén explotara, él solo sonrió con tranquilidad.
—Señor León, gracias por el cumplido. Mi esposa es lo mejor que tengo: tiene ese encanto de siempre y, además, es una mujer de verdad.

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