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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 146

Llevar el problema a otro lado.

Eso fue lo único que se le vino a la mente a Claudio.

Rubén sí que sabía cómo sacudirse el problema de encima y pasárselo a otro.

Aunque todo esto no fuera culpa de Sabrina, no quedaba de otra más que culpar al tal Ismael, ese policía que no lo soltaba por nada, sin importar cuántos contactos moviera Claudio, el oficial Ismael siempre encontraba alguna excusa para negarse.

Si no fuera por eso, Claudio jamás le habría pedido ayuda a Rubén con algo tan sencillo.

En cuanto salieron de la comisaría, Claudio aprovechó que Rubén apenas estaba desbloqueando el carro y se le adelantó, metiéndose de volada en el asiento del copiloto.

Rubén, sin prisa por subirse, lo miró de reojo, con una ceja levantada.

—Toma un taxi y vete solo, no tengo tiempo para llevarte —le soltó, seco.

Mientras él hablaba, Claudio ya se había puesto el cinturón, con cara de que ni de chiste iba a bajarse, plantado ahí como si fuera parte del carro.

Rubén arrugó la frente, y sus ojos se hicieron más serios por un instante. Al ver que Claudio ni se movía, solo pudo suspirar y mirar de reojo su reloj.

Bajó la voz, con un tono que no admitía réplica.

—Claudio, no me gusta repetir las cosas.

Rubén ya venía arrastrando un humor de perros desde antes.

La mala mujer ni siquiera le había servido ni un platillo en la mesa, para acabarla de amolar.

Ya bastante buena onda era haber venido a limpiar el tiradero de Claudio, tragándose todo su propio mal humor.

Y ahora, este chamaco parecía querer colmarle la paciencia.

Claudio, como si nada, bajó la ventana y soltó, sonriendo:

—Rubén, total, no está lejos y te queda de paso. No voy a mi casa ahorita, llévame al Club Nocturno Estrella.

La verdad, sí les quedaba de camino ese club, y no estaba lejos.

Pero Rubén andaba tan molesto, que lo único que quería era aventar a Claudio fuera del carro, mientras más rápido, mejor.

Hasta que Claudio, guiñando el ojo y haciéndole señas, soltó la bomba:

—Gonzalo está haciendo una fiesta en el Club Nocturno Estrella.

Rubén se encogió de hombros.

Claudio se fue directo a servirse tres tragos como castigo, mientras Rubén caminó hasta la consola de sonido y bajó el volumen casi al mínimo.

Ese simple gesto desató el descontento de las chicas, que levantaron la cabeza de inmediato.

—¿Quién se cree ese tipo? ¡Qué aguafiestas! —protestaron varias.

Rubén, parado junto a la consola, les dirigió una mirada seca, que recorría el salón como si nadie ahí le importara lo más mínimo.

Las chicas, que no lo conocían, captaron de inmediato por la actitud y la mirada que no era cualquier don nadie.

Al instante, dejaron de quejarse, bajaron la cabeza y siguieron en lo suyo, sin atreverse a decir más.

Pero apenas pasaron unos segundos, una voz fuerte y autoritaria retumbó en el salón:

—¿Qué les pasa? ¿Cómo se atreven a hablarle así al señor Olmo? ¡Ya están tardando en disculparse!

En ese momento, mientras todas las chicas se miraban entre sí, sin saber qué hacer, Rubén levantó la mano, deteniéndolas.

—No hace falta.

No era que Rubén tuviera buen carácter, simplemente no pensaba perder ni un minuto discutiendo con esa gente.

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