Al notar el tono de molestia en la voz de su hija, Yolanda soltó una broma para aligerar el ambiente:
—¿Qué pasa? No me digas que la familia Loredo, con todo lo que tienen, no te deja ni elegir lo que quieres comer.
Ese comentario, aunque dicho con ligereza, tocó justo el punto débil de Marisa.
No era, en realidad, que la familia Loredo le prohibiera comer lo que se le antojara.
El problema era que Noelia, siempre empeñada en dejar claro su estatus y autoridad, obligaba a Marisa a sentarse en la mesa para cada comida, sin excepción.
Noelia parecía disfrutar usando la comida como una forma de humillarla, como si cada platillo servido fuera un recordatorio de su lugar en la casa: una arriba, la otra abajo.
Viendo que Marisa se quedó callada de repente, Yolanda se dio cuenta de que había metido la pata con su broma, así que, apresurada, la jaló suavemente para que se sentara a comer y desvió la conversación.
—Mari, ¿fuiste hoy con la familia Olmo? ¿Viste a Rubén?
No era una pregunta casual. La familia Olmo había subido como la espuma en Clarosol y, siendo el cumpleaños de Rubén, seguramente habría un montón de invitados para felicitarlo.
Si la familia Olmo de plano andaba muy ocupada, tal vez ni siquiera habría tenido oportunidad de ver a Rubén.
Marisa tomó el cuchillo y el tenedor, y antes de probar bocado, le sirvió a Yolanda un trozo de costilla agridulce. Luego, dudó un poco antes de contestar:
—Sí, lo vi.
En el rostro de Yolanda se dibujó una chispa de alegría. Si Marisa había podido verlo, significaba que la familia Olmo no se andaba con aires de grandeza.
Yolanda, con cierta cautela, le preguntó:
—¿Y qué tal? ¿Rubén te llama la atención?
La pregunta casi hizo que Marisa se atragantara. Tosió un par de veces, bebió un buen trago de agua y, ya más tranquila, respondió con otra pregunta:
—Mamá, ¿pero Rubén... se fijaría en mí?
El giro dejó a Yolanda en silencio, los cubiertos suspendidos en el aire. Tras pensar un momento, le contestó:
—Yo creo que sí, hija. Al final, esta propuesta de matrimonio la hizo la familia Olmo. Si no te hubieran considerado, ¿para qué iban a ser tan directos?
—¿Por qué preguntas eso de pronto? Bueno, la verdad, siempre han corrido rumores de que Rubén anda delicado de salud...
Se quedó un momento en silencio y, con una expresión seria, añadió:
—Mari, ¿tú descubriste algo? Ahora que lo pienso, es raro que la familia Olmo, siendo tan importante en Clarosol, haya insistido tanto en casarse contigo. Hace años que no veo a Rubén, ¿será que ese muchacho tiene algún problema?
En la mente de Marisa seguía la escena que vio frente a la casa Olmo: la apariencia de Rubén era, en efecto, inquietante.
No podía quitarse la impresión de que al pobre muchacho le costaba hasta respirar.
Yolanda, notoriamente angustiada, se dio un golpecito en la pierna y se lamentó:
—¡Ay, hija, esto fue falta de previsión mía! Mira, si Rubén tiene algún problema serio, yo misma me encargo de cancelar este compromiso. No te preocupes, mamita, yo nunca voy a dejar que sufras.
Ver a Yolanda tan preocupada le calentó el corazón a Marisa.
Quizá el mundo entero podía darle la espalda, pero su mamá, eso sí, jamás lo haría.

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