Marisa observó a Alejandra, tan terca y empeñada en sus ideas, que por un momento pensó que la siguiente frase que saldría de su boca sería algo como “Margarita está esperando un hijo de Rubén”.
Dejó los cubiertos a un lado y, tras clavarle una mirada serena pero firme a Alejandra, habló:
—Di lo que tengas que decir.
Rubén, sentado a su lado, arrugó el entrecejo y miró a su prima con molestia. No entendía cómo en una familia como los Olmo, todos tan serenos y sensatos, había nacido alguien tan impulsiva.
Margarita, mientras tanto, intentaba detener a Alejandra con voz suave:
—Ale, esas cosas, frente a la esposa de Rubén, no se deben decir. Si lo haces, seguro que le vas a causar un disgusto.
Marisa, en realidad, no sentía antipatía por Alejandra; más bien le molestaba lo insistente que podía llegar a ser Margarita.
—Señorita Vega, si de verdad te preocupara que yo me sintiera mal, no lo mencionarías. Si insistes en hablarlo, es porque en el fondo sí quieres que lo escuche.
Margarita apretó los labios, notando que Marisa la había calado. Se quedó sentada junto a Alejandra, en silencio, algo incómoda.
Alejandra, incapaz de notar las intenciones de Margarita, siguió con su defensa:
—Margarita solo está pensando en ti, y tú ni siquiera lo agradeces.
La paciencia de Rubén con Alejandra se agotó de golpe. Sin ganas de seguir con la comida, tomó la servilleta, se limpió las manos y dijo con voz dura:
—Ya basta, deja de armar escándalo. Si tienes algo que decir, dilo de una buena vez.
Alejandra hizo un puchero, pero soltó lo que traía atravesado:
—Rube, Margarita solo se casó con ese gringo por la residencia, ni siquiera fue un matrimonio real. Tú nunca fuiste el tercero en discordia. Se separaron por un malentendido, y ahora que todo está claro, deberían hablarlo.
Marisa sintió un vuelco en el pecho. ¿Así que Rubén había terminado con Margarita porque creyó que ella ya estaba casada? Y ahora, con Margarita divorciada... ¿qué significaba eso para ellos dos?
Un ligero temblor en el párpado derecho la hizo dudar, como si un mal presentimiento la rondara. Sin duda, aquello sí era importante.
Margarita seguía con esa actitud pasiva e indefensa que solo convencía a Alejandra:
—Ale, ya pasó mucho tiempo de eso. No tiene caso removerlo. Rubén ya está casado y su esposa es una buena persona...


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