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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 218

En el reservado más lujoso del Club Nocturno Estrella, el aire estaba tan cargado de humo y neblina que hasta el aroma dulce del champán parecía flotar por todo el ambiente.

Claudio Cano, con una actitud de quien se cree dueño del lugar, extendió los brazos y abrazó a dos modelos jóvenes, una a cada lado. Sus ojos, llenos de picardía, se clavaron en Cristian Quiroz.

—¿Qué estás diciendo? ¿Ahora resulta que Rubén va a venir? No inventes, ¿cómo va a ser posible eso?

Cristian levantó los hombros, resignado, como quien tampoco entiende nada.

No tenía claro lo que pasaba. Solo sabía que Rubén le había mandado un mensaje diciendo que tenía que ir al hospital, pero no especificó si era por él o por Marisa.

Después, Rubén le avisó que estaba en el Club Nocturno Estrella y que pasaría por allí.

Claudio se preparaba para burlarse de Cristian, pensando que de tanto trabajar como médico y hacer tantas cirugías, el pobre ya se había quedado sin cerebro.

Pero, antes de que pudiera abrir la boca, se escuchó movimiento en la entrada.

El dueño del club llegó en persona, acompañando a Rubén.

Rubén entró con una mirada dura, recorriendo el lugar de arriba abajo, y al final fue a sentarse junto a Gonzalo León.

Eso dejó a Gonzalo completamente desconcertado.

Antes, era Rubén quien evitaba a Gonzalo a toda costa, pero ahora parecía que le tocaba a Gonzalo huirle.

Apenas y había logrado apaciguar el escándalo de la vez pasada cuando Rubén amenazó con retirar su inversión. A estas alturas, Gonzalo no se atrevía ni a cruzar la mirada con él.

Rubén, al notar la incomodidad de Gonzalo, habló con calma:

—Relájate, allá hay demasiadas chicas. Por eso vine para acá.

Gonzalo echó un vistazo y comprobó que era cierto. Claudio y Cristian estaban rodeados de mujeres, mientras que su lado se veía más vacío.

Gonzalo hizo una mueca y prefirió quedarse callado.

Con todos los años que llevaba de abogado, sentía que lo mejor en ese momento era no meterse con Rubén.

Siempre había tenido un carácter duro, pero esa noche era diferente.

Rubén tenía el ceño fruncido y una molestia evidente en la mirada.

Cristian, captando el ambiente tenso, se levantó de entre las mujeres y fue a sentarse junto a Rubén.

El aroma intenso del vino se mezclaba con la bruma del lugar mientras un mesero llenaba las copas.

Cristian le pasó una copa a Rubén y preguntó:

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