Noelia bajó la mirada y soltó una pequeña risa.
—Si algún día alguien quisiera hacerme daño… a mí o al bebé que llevo en el vientre, ¿tú qué harías?
Samuel no dudó ni un segundo.
—No importa quién sea, si se atreven a lastimarte a ti o a nuestro bebé, no los voy a perdonar jamás.
Solo entonces, al escuchar esas palabras, Noelia pudo mostrar una expresión de alivio.
Se aferró a la cintura de Samuel, sin querer soltarlo, y se despidió con nostalgia.
—Amor, te voy a extrañar… prométeme que también me vas a extrañar.
Samuel le plantó un beso suave en la frente.
—Por supuesto que te voy a extrañar. Quédate tranquila aquí, ¿sí?
Noelia esperó de pie, viendo cómo el carro de Samuel se alejaba del centro de reposo maternal. La sonrisa que había mantenido en los labios desapareció en cuestión de segundos.
Su rostro cambió por completo: ahora solo se podía ver un rastro de odio y una determinación feroz.
Sin perder más tiempo, tomó el celular de la mesa y marcó rápidamente el número de Héctor Juárez.
Llamó varias veces hasta que por fin Héctor contestó.
Noelia nunca había tratado así a su hermano. Apenas escuchó su voz, explotó de coraje.
—¡Todo te lo doy! ¡Comes gracias a mí, te pago las bebidas y hasta el dinero para que vayas a apostar te lo doy yo! ¡Hasta un perro sería más rápido para contestar el teléfono!
Héctor se quedó pasmado. No entendía por qué su hermana de repente le estaba gritoneando de esa forma, y el coraje se le atoró en la garganta.
—Noeli, es que desde que me golpearon la otra vez no me puedo mover bien. Me tardo un poco más en contestar, ¿pero qué pasa? ¿Por qué tanto apuro?
Noelia apretó los dientes con furia.
—¡Héctor, esto es grave, gravísimo!

VERIFYCAPTCHA_LABEL
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El día que mi viudez se canceló