Marisa sabía perfectamente que en ese momento su vida pendía de un hilo. Atrapada en una vieja casa abandonada a las afueras de la ciudad, sin nadie cerca, solo le quedaba luchar por sí misma.
Si no podía salvarse, al menos debía ganar tiempo.
Eso le daría una pequeña esperanza de ser rescatada.
Alzó la mirada, con los ojos llenos de sinceridad, y se dirigió a Noelia:
—¡Te lo juro por Dios! ¡Nunca volvería con la familia Loredo! Samuel en realidad no me quiere, ni piensa en mí de verdad. Si sintiera algo por mí, nunca habría fingido su muerte. Lo único que busca es quedarse con todo. Los dos somos víctimas de la familia Loredo...
Noelia quedó levemente sorprendida, como si esas palabras le hicieran sentido, pero enseguida se encogió de hombros.
—¿Y cómo se supone que voy a creerte? ¿Solo porque lo dices con cara de niña buena? Yo solo sé que la familia Loredo no aceptaría un cadáver de regreso. Si mueres, asunto resuelto.
Afuera y adentro de la casa, Héctor había rociado gasolina por todos lados.
El olor era tan fuerte que Marisa arrugó la frente. Sentía el picor en la garganta, como si el aire se hubiera vuelto irrespirable.
Héctor lanzó el encendedor a Noelia.
—¿Para qué perder el tiempo con ella? Todo lo que dice es para salvarse. ¿En serio crees que no quiere volver a la familia Loredo? Por favor, si allá en Clarosol son de los más ricos. ¿Quién no querría ser la señora de una familia así? ¿Crees que somos tontos? ¡Ni tú misma te lo crees!
Marisa se encogió, el miedo recorriéndole la espalda. Una sensación helada le invadía por dentro.
Sabía que la esperanza era casi nula.
Pero aun así, se aferraba a la idea de intentarlo un poco más.
¿Y si...?
¿Y si Noelia tenía un poco de sentido común aún?
—Noelia, yo no soy tu enemiga. Aunque me mates, la familia Loredo va a seguir siendo la podredumbre que siempre ha sido. Si hay alguien de quien deberías escapar, es de ellos, no de mí.
Habló con todo el corazón. Solo recibió una bofetada brutal de parte de Héctor.
El golpe le zumbó en los oídos.


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