La recepcionista observó detenidamente a la mujer frente a ella.
No era de esas que deslumbran a primera vista, pero tenía un atractivo especial, de esos que te invitan a mirarla de nuevo. Su porte y actitud desprendían una elegancia tranquila, sin buscar llamar la atención. Los ojos brillaban como si guardaran secretos, las pestañas largas y espesas enmarcaban una mirada luminosa. Incluso cuando entrecerraba los ojos pensativa, su perfil resultaba aún más cautivador.
Sin embargo, mujeres bellas había muchas; no cualquiera tenía el privilegio de ver al señor Olmo.
—Si no te vas, voy a llamar al guardia —soltó la recepcionista, lanzando a Marisa una mirada de desprecio apenas disimulada.
Marisa entrecerró los ojos, recordando lo que la recepcionista había comentado antes.
Por lo visto, todos los días llegaban decenas de mujeres diciendo tener cita con Rubén.
Al parecer, él era bastante solicitado.
Marisa decidió no discutir ni buscarle problemas a la recepcionista. Aunque el trato había sido desagradable, al final solo estaba haciendo su trabajo.
Sacó el celular y revisó la conversación con el asistente de Rubén.
Sintiendo cierta incomodidad, escribió un mensaje: [¿Podrías venir a recibirme a la recepción? No tengo cita y no me dejan pasar.]
Hasta hacía unos minutos, ella había insistido en que no era necesario que la fueran a buscar, pero ahora...
La respuesta llegó enseguida: [Señora Olmo, bajo en un momento.]
Al leer el mensaje del asistente, Marisa se quedó esperando junto al mostrador.
Pero su presencia parecía incomodar cada vez más a la recepcionista.
La otra la miró de arriba abajo varias veces, con un aire de superioridad mezclado con fastidio, como si la estuviera evaluando y ya hubiera emitido su juicio.
Marisa sintió la incomodidad de esas miradas y optó por explicar:
—El asistente de Rubén va a venir por mí en un momento. ¿Puedo esperar aquí?
La recepcionista soltó una risita burlona y, torciendo la boca, replicó:


VERIFYCAPTCHA_LABEL
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El día que mi viudez se canceló