Entrar Via

El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 27

Yolanda no podía creer lo que veía. Sus labios temblaron mientras murmuraba:

—¿Rubén?

Rubén asintió con una sonrisa tranquila.

—Señora, cuánto tiempo sin verla.

¿"Cuánto tiempo"? ¿De verdad esa expresión bastaba?

Yolanda hizo memoria. La última vez que lo había visto había sido, ¿hace unos veinte años? Sí, esa vez Rubén tenía apenas siete años.

A pesar de su carita de niño, ya mostraba una madurez que no encajaba con su edad. Con ese traje perfectamente planchado, sentado en la mesa, ni sonreía ni decía mucho. La comida y la bebida no le llamaban lo más mínimo la atención.

Solo sus ojos no se apartaban de Marisa.

A pesar de que había varias personas entre ellos, Rubén se las arregló para preguntar en voz alta:

—¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes?

La escena parecía un interrogatorio policíaco, lo que provocó carcajadas entre los adultos sentados alrededor de la mesa.

Marisa, siempre tan dulce, le respondió parpadeando con sus enormes ojos redondos:

—Me llamo Mari, ¡y ya tengo seis años!

Y al decirlo, extendió la mano con los cinco deditos bien abiertos.

Rubén, con su peinado relamido que no tenía ni un solo cabello fuera de lugar, frunció el ceño.

—Eso es cinco, no seis, pequeña despistada.

Yolanda recordaba perfectamente cómo Marisa, al ser llamada "despistada", se sintió herida. Durante buen rato anduvo refunfuñando:

—¡Mari no es despistada! ¡Solo que me tardé un poco en contar!

La niña estaba tan sentida que prefirió no llorar. Se acurrucó en el regazo de Yolanda, soltando un par de quejidos bajitos.

Y pensar que todo eso había pasado hacía ya veinte años.

La nena que solía acurrucarse en sus brazos ya se había convertido en una joven hecha y derecha.

El recuerdo le dibujó una sonrisa en el rostro a Yolanda.

Pero lo que más gracia le causaba era acordarse de aquel Rubén, tan serio con su peinado de niño grande, que al terminar la comida se acercó con toda la formalidad del mundo a Carlos y le soltó:

—Papá, cuando sea grande, solo me casaré con Mari.

Todos lo tomaron como una ocurrencia infantil y se rieron por lo bajo. Jamás pensaron que, al final, esas palabras se volverían realidad.

Yolanda seguía sin soltarle la mano. Le dio unas palmadas cariñosas.

—Eres demasiado modesto, Rubén. Se nota que tienes talento, y tu carácter no ha cambiado nada desde que eras niño.

Marisa, al ver que su madre aún le sostenía la mano a Rubén, tosió bajito y le cuchicheó al oído:

—Mamá, ya suéltale la mano. Se va a sentir incómodo...

Solo entonces Yolanda se dio cuenta de que tal vez se había pasado de efusiva.

Apresurada, lo soltó y le sonrió, un poco apenada.

—Rubén, discúlpame. Me emocioné mucho al verte y se me pasó la mano. No vayas a creer que siempre soy así.

Rubén se rio con naturalidad.

—No se preocupe, señora. Para nada me molesta.

En ese momento, la encargada de la tienda regresó acompañada del gerente, interrumpiendo la conversación.

Rubén dirigió una mirada al gerente y señaló algunas de las joyas menos vistosas.

—Estas, y estas otras, no las quiero. Todo lo demás, llévenlo a esta dirección.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: El día que mi viudez se canceló