El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 285

Apenas terminó de hablar, Marisa sintió que sus pies se separaban del suelo.

Rubén se inclinó y la levantó por la cintura con un movimiento ágil, alzándola hasta dejarla más alta que él por media cabeza.

Ella soltó un grito ahogado; para no perder el equilibrio, rodeó el cuello de Rubén con ambos brazos.

Varias personas que pasaban por ahí se les quedaron viendo, y Marisa, incómoda por la atención, bajó la voz.

—Señor Olmo, ¿qué le pasa?

¿Será que se volvió loco?

De verdad, esto ya era demasiado raro.

Marisa casi nunca veía esa expresión en el rostro de Rubén. Siempre tan reservado, tan serio, y ahora estaba sonriendo de oreja a oreja, sin preocuparse por nada, como si de pronto no tuviera miedo a mostrarse tal cual era.

Verlo tan feliz la dejó sin palabras.

Pero, ¿no se suponía que estaban ahí para divorciarse?

Desde fuera, cualquiera juraría que estaban a punto de casarse, no de separarse.

Marisa le susurró, apenada:

—Señor Olmo, bájeme, hay mucha gente mirando…

Rubén parecía incapaz de contenerse, y después de alzarla, casi parecía que iba a dar un salto de alegría.

De pronto, sus labios rozaron los de Marisa con ansiedad, robándole un beso largo, profundo.

La dulzura que se sentía en el aire hizo que la gente que pasaba por ahí desviara la mirada, apenada, y se alejara un par de pasos.

Marisa ya estaba confundida, pero ese beso la dejó aún más perdida.

¿Qué se supone que estaba haciendo Rubén?

¿De dónde salió todo esto?

¿De verdad se había vuelto loco?

Cuando se separaron, Marisa, todavía aturdida, le recordó:

—¿No que tenía un montón de pendientes en el grupo? Si no entramos de una vez a hacer el trámite, seguro nos va a tocar hacer fila.

Si se tardaban, entre la fila y el regreso al centro, se les iba a ir la tarde entera.

Rubén, que parecía recién aterrizar de la nube en la que andaba, por fin cayó en cuenta de dónde estaban: justo en las escaleras del registro civil.

Medio apenado, la bajó de nuevo al suelo.

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