Marisa observó a Noelia, que lucía un vientre apenas abultado por el embarazo y una sonrisa dibujada en el rostro.
Solo Marisa sabía que Noelia no traía buenas intenciones.
Desde que Noelia anunció su embarazo, su actitud se había vuelto mucho más ostentosa. Ahora, cada vez que salía de casa, iba acompañada de dos guardaespaldas.
Le pidió a sus guardaespaldas que dejaran el regalo en el salón de eventos y, luego, se volvió hacia Marisa con una expresión radiante.
Marisa entendía perfectamente la situación: a la gente que sonríe, ni con el pétalo de una rosa. Así que, forzando una sonrisa, dijo:
—Tu embarazo se ve delicado, no conviene que andes caminando tanto.
Si Noelia llegaba a tener un problema en la casa de la familia Páez, Penélope armaría un escándalo de proporciones épicas. Donde fuera que estuviera Noelia, el peligro la seguía.
Noelia entrecerró los ojos y recorrió a Marisa de arriba abajo. Aunque mantenía la sonrisa, en su mirada no había ni una pizca de amabilidad.
—Ay, si lo hago es porque me alegra verte, Marisa. ¡Qué rápido te recuperaste de la viudez! Casarte de nuevo tan pronto, ¡qué maravilla!
El tono envidioso de Noelia era tan obvio como un elefante en una tienda de cristal; cualquiera podía notar de inmediato la indirecta.
Marisa soltó una sonrisa serena. El supuesto dolor por la viudez solo lo siente quien en realidad ha perdido a su esposo. Samuel seguía vivito y coleando, así que, ¿qué luto iba a tener ella?
De todos modos, Marisa no tenía intención de ventilar la verdad. Si Samuel se atrevía a hacerle esto, ella aprovecharía la oportunidad para marcharse de su lado. Además, mientras nadie supiera la verdad, el rumor sería una amenaza mucho más poderosa que la realidad.
Si Noelia quería burlarse, Marisa estaba dispuesta a seguirle el juego. Se encogió de hombros y contestó:
—Ni modo, si ya se murió, a mí solo me queda seguir con mi vida.
Noelia echó un vistazo alrededor y comprobó que los invitados seguían ocupados en sus mesas. Se acercó más a Marisa y bajó la voz:
Marisa, al ver la mirada rabiosa de Noelia, no dudaba ni un segundo de que fuera capaz de algo así. Un escalofrío le recorrió la espalda, como si acabara de sumergirse en hielo.
Se mantuvo firme y volvió a aclarar, esta vez con el ceño fruncido:
—Yo jamás he intentado seducir a tu esposo. Si tienes pruebas, muéstralas de una vez.
Noelia, por supuesto, no tenía cómo demostrar nada. Lo único que tenía era el comportamiento extraño de su esposo: últimamente Nicolás bebía todas las noches y, borracho, gritaba el nombre de Marisa. Noelia ya estaba al borde de la locura y, para ella, la única explicación era que Marisa lo buscaba a escondidas.
Como no podía presentar ninguna evidencia, Noelia cambió de actitud de repente. Su voz se volvió suplicante y miró a Marisa con ojos llorosos:
—Ya vas a casarte con otro. Escuché que la familia Páez te va a entregar por dinero, para resolver el asunto de tu papá. Sé que no la has pasado bien… Entre mujeres deberíamos apoyarnos, ¿no crees? Yo, en la familia Loredo, he ahorrado un poco de dinero estos años. Te lo doy todo, solo te pido que no te interpongas más entre Nicolás y yo.
Mientras hablaba, Noelia tomó la mano de Marisa y la sujetó con fuerza, como si temiera que se le escapara.

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