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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 310

Al salir de la casa de los Loredo, Marisa sintió como si se hubiera quitado un peso de encima; su ánimo era ligero y su mente despejada.

Apenas puso un pie en la calle, vio a Rubén Olmo apoyado junto al carro, esperándola. Se le notaba tranquilo, con los brazos cruzados y la vista fija en la puerta, como si el tiempo no le pesara.

¿En serio Rubén había estado ahí parado más de una hora, sin moverse, solo para esperarla?

Marisa aceleró el paso, y el sonido de sus pisadas hizo que Rubén alzara la vista. Cuando sus ojos se encontraron, a él se le iluminaron los ojos, como si en ese instante hubieran encendido todas las estrellas del cielo. Marisa sintió una chispa de emoción recorriéndole el cuerpo.

Por un segundo, se imaginó corriendo hacia él, segura de que Rubén abriría los brazos para recibirla y la abrazaría con la calidez reservada a una campeona recién llegada de la batalla, acariciándole el cabello y echándole flores por su hazaña.

No pudo evitarlo. Lo pensó y lo hizo.

Rubén, sorprendido durante una fracción de segundo, no se esperaba que Marisa fuera tan directa. Pero enseguida, con una sonrisa que le suavizaba el rostro, abrió los brazos, listo para atrapar ese torbellino que era Marisa en ese momento.

Llevaba tiempo esperando algo así.

El impacto de su cuerpo contra el suyo fue suave pero contundente, y el aroma sutil de gardenias que siempre la acompañaba invadió el aire entre los dos. Su cabello, agitado por la carrera, le rozó la cara a Rubén, dándole una sensación cosquilleante, tan real que casi podía jurar que el mundo entero se detenía a su alrededor.

Marisa se aferró a Rubén con una energía desbordante, riendo y casi temblando de emoción.

Desde niña, la pareja Páez siempre había dicho que ella era una muchacha tranquila, obediente. Nunca había sido de las que se dejaban pisotear, pero tampoco solía lanzarse a hacer locuras como la de ese día. Sin embargo, ahí estaba, abrazando a Rubén por la cintura, sintiendo sus músculos bajo la ropa y hablando sin parar, como una niña que acaba de recibir el mejor regalo de su vida.

—¡Rubén! Lo que pasó con los Loredo fue una maravilla, en serio, tendrías que haber estado ahí. Unos se desmayaron, otros casi se ahogan de coraje... ¡de verdad fue una gloria verlos así!

Rubén conocía muy bien a Marisa. Siempre había sido reservada, hasta ahora. Nunca la había visto tan desbordada de emoción.

Sonrió con ternura, sintiendo que, al fin, le tocaba ser testigo de un paso más en el crecimiento de Marisa.

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