El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 309

Samuel no pudo evitar que sus pupilas temblaran y, en voz baja, murmuró:

—Marisa, hace rato en la parte de atrás... no dijiste eso.

Al escuchar la mención del salón trasero, Marisa de inmediato forzó dos lágrimas y se las limpió con la mano, fingiendo total desamparo. Entre sollozos, gimió:

—Ya te lo advertí allá atrás, ahora tengo esposo, te pedí que dejaras de tocarme. Tú dijiste que aquí, en la familia Loredo, podías hacer lo que quisieras, como si fueras un abusador. De verdad me asustaste...

Aunque sus lágrimas parecían fingidas, no podía negarse que, incluso así, tenía cierto aire de fragilidad que despertaba compasión.

Las miradas de los invitados, que al principio mostraban algo de empatía, rápidamente se tornaron en enojo.

—Ese Samuel no vale nada, es basura —bufó uno de los presentes—. Primero abandonó a su esposa para meterse con la cuñada, y ahora que la cuñada quedó marcada, quiere ir tras Marisa, que ya está casada. ¡Qué asco!

—Parece que no tiene vergüenza, de verdad —agregó otro, sacudiendo la cabeza con desprecio.

Samuel se quedó atónito. Miró a Marisa sin entender, sintiendo que las palabras se le atoraban en la garganta. No supo cómo reaccionar o qué decir.

Marisa, al notar la expresión perdida de Samuel, recordó el momento en que él la había sujetado apenas minutos atrás. Decidió llorar aún más fuerte, su voz temblorosa resonó por todo el salón:

—Si de verdad me hubieras deshonrado, ¿cómo esperas que siga con mi esposo? ¡Por favor, señor Loredo, te lo ruego, déjame en paz, solo quiero seguir con mi vida!

Marisa jamás se hubiera imaginado que tenía tanto talento para el drama. Por dentro, hasta le causaba gracia lo bien que le estaba saliendo todo.

Samuel, por su parte, ya no sabía cómo reaccionar. De un lado tenía a los invitados insultándolo sin piedad, y del otro a Marisa, a quien había creído capaz de retener, pero que ahora se le escapaba por completo de las manos.