—¿No respira? ¿De qué hablas, Inés? Si no respira, ¡eso significa que está muerta!
Mientras decía esto, Inés se inclinó y acercó la mano a la nariz de Noelia, tratando de sentir alguna señal de vida. Pasaron unos segundos antes de que el rostro de Inés cambiara por completo, dominado por el pánico. Tomó la mano de Héctor con desesperación.
—Ven, revisa tú. Creo que me estoy confundiendo, pero en serio parece que no respira.
Héctor se agachó a toda prisa, puso los dedos bajo la nariz de Noelia y, tras unos largos segundos, sus pupilas se dilataron de miedo.
—¡Mamá! ¡Creo que Noeli se murió!
El caos se apoderó de la familia Loredo una vez más.
Mientras esperaban la llegada de la segunda ambulancia, Inés no soltaba la mano de Héctor ni por un segundo, mientras murmuraba sin parar.
—Héctor, Noeli no puede morir, no le puede pasar nada, ¿me oyes? Si le pasa algo, ya no tendremos nada que ver con los Loredo. Seguro que no nos darán ni un solo peso más. Yo nunca he pasado un solo día de necesidad... ¿Ahora qué vamos a hacer?
Héctor estaba igual de alterado.
Al igual que Inés, no mostraba ninguna preocupación genuina por el estado de Noelia. Su único miedo era que, si ella moría, ¿cómo seguirían sacándole dinero a los Loredo?
—Mamá, yo tampoco he pasado un solo día de hambre en mi vida. Además, tengo un montón de amigos que cuentan conmigo. Si mi hermana se va, yo también estoy perdido.
Al terminar de hablar, Héctor miró de reojo a Noelia, quien permanecía inconsciente, sostenida apenas por el mayordomo y una empleada.
Sin pensarlo, se lanzó hacia ella, sacudiéndola con fuerza.
—¡Noeli! ¡Tú no puedes irte así! ¡Despierta, por favor!
El mayordomo ya no podía ocultar su incomodidad.
Aquello no parecía una familia, sino una banda de parásitos.
Sin embargo, el mayordomo tampoco sentía ninguna compasión por Noelia.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El día que mi viudez se canceló