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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 319

Las miradas seguían deslizándose hacia Rubén de vez en cuando, como si no pudieran evitar comprobar su reacción ante cada palabra dicha en la sala.

Los demás, captando la incomodidad en el aire, se apresuraron a cambiar de tema, y así, poco a poco, la tensión fue cediendo.

—Señor Olmo, escuché de parte del señor Cano que hoy estaba en casa cuidando a su esposa para que pudiera dormir. Jamás imaginé que detrás de esa fachada tan distante, en realidad fuera usted todo un romántico.

Aunque esta noche parecía que el protagonista debía ser Gabriel, la verdad era que muchos de los presentes habían acudido solo por Rubén. Conversar con él, halagarlo o simplemente estar cerca se había convertido en una costumbre para ellos.

Y justo por eso Rubén detestaba este tipo de reuniones.

Por un lado, sentía que le robaba atención a Gabriel; por el otro, simplemente no soportaba este ambiente lleno de sonrisas forzadas y palabras huecas. Los halagos le entraban por un oído y le salían por el otro, los había escuchado desde niño y ya ni caso les hacía.

Si iba a perder el tiempo hablando tonterías con ellos, prefería mil veces estar en casa con la señora Olmo, compartiendo la cama y las cobijas. Aunque, para ser franco, todavía no hacía tanto frío como para necesitarlo.

Rubén se acomodó con desgano en el sofá y habló con calma:

—La señora Olmo tomó un poco de vino esta noche. Si no me aseguraba de que se durmiera tranquila, no me sentía a gusto saliendo de casa.

Margarita se tensó de inmediato, y su expresión se volvió amarga.

Ella había ido esa noche justo para ver a Rubén, buscando cualquier oportunidad de acercarse, de que surgiera algo entre ellos. Pero no había ido para escuchar cómo él presumía su vida conyugal.

El malestar se le notaba incluso en la forma en que vació de un trago su copa antes de contestar:

—Vaya, la señora Olmo sí que es delicada. No sé si el hecho de que no quiera sentarse a mi lado tiene que ver con que ella lo tiene muy controlado, ¿no cree?

Aunque Margarita intentaba sonar bromista, su tono no disimulaba el deje de celos que cargaba.

Alejandra se sumó al comentario:

—Eso digo yo. Antes, mi hermano no era así de complicado; seguro es cosa de Marisa...

Apenas mencionó el nombre de Marisa, Alejandra notó de inmediato el cambio en el semblante de Rubén.

Gabriel, atento a la situación, le jaló el brazo a Alejandra para que se callara. La conocía: a su esposa la habían consentido tanto en la familia Olmo que no sabía medir sus palabras ni leer el ambiente.

Rubén, eso sí, había dejado muy claro que no toleraría faltas de respeto hacia la señora Olmo. Pero Alejandra, en vez de entenderlo, seguía echándole leña al fuego junto con Margarita.

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