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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 379

El asistente se rascó la cabeza y murmuró para sí:

—Debe ser un negocio muy importante, de lo contrario, la señorita Páez no habría ido a atenderlo en un momento tan urgente.

Alberto asintió con seriedad, mostrando que estaba de acuerdo con las palabras del asistente de Marisa.

Luego, fingió voltear como si buscara algo, pero en realidad era porque no podía contener la sonrisa que se le escapaba de los labios.

Sí, en efecto, era un negocio muy importante.

La ceremonia de inauguración llegó a su fin.

Todo el ambiente en la galería se llenó de vida. El bullicio se apoderó del lugar.

Emiliano tenía muchísima fama; dentro del gremio era toda una leyenda, y hacía años que no se dejaba ver en público. Ese aire de misterio que lo rodeaba se desvaneció por primera vez en mucho tiempo, y eso hizo que el ambiente se pusiera aún más intenso, casi explosivo.

Los medios, como si fueran lobos hambrientos, no le quitaban los ojos de encima al señor Cáceres.

El que lograra conseguir aunque fuera una breve entrevista exclusiva con el señor Cáceres, se ganaría un premio seguro en su trabajo.

Antes de bajar del escenario, Emiliano tomó el micrófono y agregó unas palabras:

—Esta vez que volví al país no tengo prisa por irme. Así que, quienes tengan curiosidad sobre este viejo, pueden tomarse su tiempo para saciarla. Pero hoy espero que todos enfoquen su atención en la galería Jasmine. Gracias por su cooperación.

El señor Cáceres bajó del escenario apoyado en Regina. Hablar tanto de un tirón lo dejó un poco fatigado y tosió con fuerza varias veces.

Regina, visiblemente preocupada, sintió que le sudaban las manos.

—Señor Cáceres, ¿quiere que lo lleve al hospital?

Emiliano la miró con desdén.

—¿Por toser un poco ya me quieres llevar al hospital? Entonces, si estornudo, ¿me mandas directo a urgencias?

Regina no supo qué contestar; solo pudo tragarse su inquietud en silencio.

Emiliano entrecerró los ojos y miró a su alrededor.

—¿Y Marisa?

Marisa se abrió paso con dificultad entre la multitud y levantó la mano.

—¡Profesor, aquí estoy!

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