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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 380

El corte de listón de la galería Jasmine marcó el cierre perfecto para el día.

Más allá de lo que cualquiera hubiera esperado, todo salió a pedir de boca.

En redes sociales, la noticia se volvió tendencia varias veces. Todo el mundo platicaba sobre la chica prodigio que hacía grafitis en el Zoológico Arcoíris y que ahora, de un salto, se había convertido en la dueña de la galería Jasmine, justo en el corazón de Clarosol.

La mayoría de la gente no podía ocultar su envidia; se daban cuenta de que la popularidad en internet sí podía convertirse en dinero en un abrir y cerrar de ojos.

Algunos, un poco más sensatos, salieron a defender a Marisa, diciendo que su fama no era gratuita: se la había ganado gracias a su arte en el Zoológico Arcoíris. Que tenía talento de sobra, así que el reconocimiento le pertenecía.

Para todos, Marisa era esa artista elegida por la suerte, la que el destino había bendecido con una oportunidad de oro.

Pero lo que casi nadie sabía era que, si Marisa lo quisiera, ella podría convertirse en la propia fuente de poder.

Para celebrar, Marisa reservó dos salones en La Cúpula de Cristal y organizó una fiesta para todo su equipo.

Después de acompañar personalmente al señor Cáceres y a Regina hasta su carro, por fin sintió que podía relajarse un poco.

Desde que amaneció hasta ese momento, que el sol ya se ocultaba, había estado en vilo, como si cargara un peso en el pecho. Ahora, por fin, pudo soltarlo un poco.

La galería ya se había quedado casi vacía; Rubén, por fin, se quitó la gorra y el cubrebocas.

Alberto, que venía caminando junto a Rubén, se dirigió a Marisa.

—¿Oye, hay lugar para mí en la fiesta de celebración? —bromeó Alberto con una sonrisa.

Marisa le devolvió la sonrisa y le respondió con naturalidad:

—Alberto, ¿cómo crees? Si quieres venir, yo encantada. Me encantaría que estuvieras en la fiesta.

A Alberto no le urgía regresar a su casa, así que aceptó de inmediato.

—Perfecto, si tanto insistes, me apunto para la comida. Además, el señor Olmo tampoco ha probado bocado desde la mañana.

Rubén no dijo nada, permaneció de pie, inmóvil.

Ahora que ya no traía ni gorra ni cubrebocas, sus ojos intensos y labios delgados quedaban al descubierto. Bastaba una mirada suya para que cualquiera pensara dos veces antes de acercarse.

Rubén miró a Marisa de reojo y soltó con voz calmada:

—Yo mejor no voy. Ese lugar es para ti, no para mí.

El comentario, ni muy fuerte ni muy suave, hizo que Marisa sintiera un poco de pena.

Miró a su alrededor: casi todos ya se habían ido.

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