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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 46

Nicolás era, sin duda, el mejor hombre al que Noelia podía aspirar. Después de todo, ¿cómo iba a cambiarlo por otro que ni siquiera le llegaba a los talones?

¿Quién habría imaginado que, al final, todo se acomodaría así de fácil?

Ahora su esposo no solo estaba a punto de heredar la empresa, sino que además demostraba un interés genuino por los asuntos del negocio. ¿Cómo no iba a sentirse emocionada?

Penélope, sentada en una silla junto a la ventana, le indicaba a la enfermera que pelara una manzana mientras miraba con cariño a su hijo.

—Hijo, deja que los encargados de otros departamentos se ocupen del trabajo de la empresa. Ya tienes suficiente de qué preocuparte. Olvídate un rato de eso y concéntrate en cuidar a Noeli, ¿sí?

—Mamá, ahorita en la empresa hay muchas cosas que resolver. Aquí con Noeli están usted y varios doctores y enfermeras, así que no le va a pasar nada.

Samuel miraba la tormenta a través del cristal. Los relámpagos iluminaban el cielo y su mente no dejaba de pensar en Marisa.

Por alguna razón, en vez de quedarse en el hospital cuidando a Noelia, sentía el impulso de ir a la oficina y sumergirse en trabajo.

Solo estando ocupado podía distraerse, aunque fuera por un momento, y dejar de pensar en Marisa.

Sin embargo, cada vez que miraba los rayos y escuchaba el retumbar de los truenos, la preocupación regresaba con fuerza.

Marisa siempre había odiado las tormentas. Cada vez que caía un aguacero así, ella se encerraba en su cuarto, cerraba las cortinas y no dejaba que nadie la molestara. Se quedaba hecha un ovillo, temblando de pies a cabeza.

¡Tenía que ir a buscarla!

Apenas surgió ese pensamiento, Samuel supo que ya no podía quedarse ni un minuto más en la habitación.

Mientras tanto, Noelia seguía quejándose con Penélope:

—Fui a llevarle un regalo a Marisa y ni siquiera me lo agradeció. Peor aún, ¡me empujó! Sabe perfectamente que no debo alterarme por el embarazo.

Penélope bufó con desprecio.

—Ese asunto ya lo arreglé yo, hija. No le des tantas vueltas ni dejes que te amargue el día.

Noelia no se detenía.

—Dicen que Marisa regresó mi regalo tal cual, ¿de verdad? ¿Qué, no le pareció suficiente mi obsequio o de plano le cae mal nuestra familia?

Al decir esto, Noelia miró a Samuel, esperando que dijera algo en su defensa.

Pero él tenía la cabeza en otra parte. Se levantó de golpe y dijo:

—Mamá, quédate aquí con Noeli. Me acordé que tengo un documento sin firmar y el asistente ya me está llamando la atención.

—Noeli, ¿no has escuchado algún rumor extraño últimamente?

Noelia, aunque no había oído nada, prefirió mostrarse cautelosa.

—¿A qué se refiere, mamá? ¿Qué clase de rumores?

Penélope carraspeó, medio divertida, medio burlona.

—Pues que dicen por ahí que Samuel no murió, sino que fue Nicolás quien falleció...

Noelia soltó una risa incrédula.

—La gente se inventa cada cosa cuando no tiene nada que hacer, ¿verdad? ¿Para qué andar diciendo tonterías como esas? No tiene ningún sentido. Si Nicolás estuviera muerto, ¿entonces quién fue el que acabamos de ver aquí? ¡Ay, no, mamá, mejor ni mencione esas cosas en voz alta! Traen mala suerte.

Al ver la reacción de Noelia, Penélope se sintió satisfecha.

¿Y si Marisa llegaba a enterarse? ¿Qué podía hacer?

Nadie le creería.

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