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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 49

Rubén le mandó la dirección a Yolanda por mensaje.

Marisa, con el ceño fruncido y la inquietud dibujada en la mirada, se quedó mirando a Rubén.

—¿Mi mamá… de verdad está bien?

Rubén dejó el celular a un lado y le sostuvo los hombros con firmeza.

—Te lo prometo, no le va a pasar nada. Confía en mí, ¿sí?

Al ver la seguridad con la que la miraba, aunque la duda seguía rondando por su pecho, Marisa terminó asintiendo casi sin darse cuenta.

—Sí, te creo.

Rubén le dedicó una sonrisa ligera.

—Eso es lo que quería escuchar.

Luego tomó de nuevo el celular y con un par de frases le pidió a su asistente que pasara por la casa de los Páez para asegurarse de que Yolanda estuviera a salvo.

Rubén lo tenía claro: ese tal Loredo no tenía el valor para hacer nada realmente grave, no era más que un tipo que solo sabía asustar mujeres. Pero aun así, con esa pequeña acción podía tranquilizar a Marisa y, con eso, él tenía suficiente motivo para hacerlo.

Por otro lado, Samuel contemplaba en su celular la dirección que le acababan de enviar. Sentía que ese lugar le resultaba vagamente familiar, pero por más que lo pensaba, no lograba ubicar de dónde lo conocía.

Lo que sí era evidente: la dirección era en las afueras de la ciudad.

La mansión de los Loredo estaba en la zona más exclusiva de Clarosol, así que al ver que el destino era el suburbio, Samuel no pudo evitar dibujar una sonrisa de superioridad.

Tal como lo había sospechado, desde que Marisa se alejó de los Loredo, no volvió a encontrar a nadie que pudiera igualar el nivel de vida que él le ofrecía. Dentro de todo Clarosol, los Loredo estaban entre las familias más influyentes, y él, además, era joven y talentoso.

Samuel estaba convencido de que él era el mejor partido que Marisa podría encontrar.

Durante el camino hacia la dirección, Samuel no paraba de imaginarse la cara de arrepentimiento de Marisa. Estaba seguro de que si le confesaba que él no era Nicolás, sino Samuel, y le pedía que lo esperara, Marisa terminaría rompiendo cualquier compromiso solo por quedarse a su lado.

Ese sentimiento de superioridad fue creciendo en su pecho, tanto que al volante no solo manejaba con más seguridad, sino que hasta se puso a tararear una canción, sintiéndose dueño del mundo.

El carro cortaba la cortina de lluvia mientras él avanzaba desde la casa de los Páez hacia las afueras de la ciudad. A medida que el paisaje urbano se diluía y los edificios se volvían menos frecuentes, los ojos de Samuel reflejaban cada vez más desdén, casi como si despreciara todo lo que veía.

—Solo quien no puede pagar una casa en la ciudad termina comprando un caserón en las afueras y fingiendo que es una mansión —masculló con cinismo, mirando por la ventana.

Capítulo 49 1

Capítulo 49 2

Capítulo 49 3

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