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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 57

Samuel frunció el ceño y preguntó:

—Mamá, ¿las casas en la zona residencial al este de los suburbios de Clarosol son de terrenos muy caros?

Apenas escuchó la palabra “suburbios”, Penélope respondió sin dudar:

—¿Qué casas vas a encontrar en los suburbios? Suena bonito llamarlas casas de lujo, pero siendo sinceros, no son más que casas construidas por uno mismo.

Las palabras de Penélope disiparon de inmediato las dudas y preocupaciones que Samuel traía arrastrando.

La verdad, pensó, para una mujer como Marisa, divorciada y ya con una vida hecha, casarse con un hombre más o menos de su edad ya era casi un milagro. ¿Cómo iba a ser un tipo adinerado? Los ricos de hoy no son ningunos ingenuos.

Como si pudiera leerle la mente, Penélope alzó una ceja y soltó, desdeñosa:

—¿Qué pasa? ¿El hombre con el que Marisa se va a casar vive en esa parte de los suburbios al este?

Mientras hablaba, su expresión dejaba claro el desprecio y la burla que sentía. Penélope siempre había sido altiva; en todo Clarosol, pocas familias podían compararse con los Loredo.

—Un hombre con esa posición, ¿qué clase de mujer no podría tener? ¿Por qué iba a escoger precisamente a Marisa?

Soltó un suspiro fingido y siguió:

—Vaya, pensar que alguna vez fue nuera de la familia Loredo, y ahora verla así, tan venida a menos... hasta da cosa.

A pesar de sus palabras, en su rostro sólo se notaba satisfacción. Esa mezcla de orgullo y autosuficiencia no podía disimularla ni aunque quisiera.

Por fin Samuel se sintió tranquilo, dejando atrás esa sensación de incertidumbre que lo tenía inquieto. Ahora su mente estaba despejada y pensó en voz alta:

—Mamá, que el chofer te lleve a descansar primero. Yo me quedo aquí con Noelia.

Penélope mostró entonces un poco de cansancio en la cara:

—Sí, fue un día muy largo. Ya siento el sueño encima.

Se levantó, pero antes de irse recordó algo:

—Por cierto, escuché que ya cerraste el trato del proyecto en el centro, ¿es cierto?

Al tocar el tema del trabajo, Samuel no pudo ocultar una sonrisa segura:

Noelia seguía en la cama, clavando la mirada en el piso. Había pasado un buen rato sin moverse, temblando aún. En el suelo, una manzana rodaba, y la realidad apenas iba asentándose en ella.

Hasta que Samuel entró a la habitación, Noelia logró relajarse un poco.

—¿Por qué no has descansado todavía? —preguntó Samuel, extrañado.

Al mirar al piso, notó la manzana a medio pelar y, sobre la mesa, el cuchillo para fruta.

Noelia se apresuró a explicar:

—No podía dormir. Quise pelar una manzana, pero se me cayó al suelo.

Samuel recogió la manzana del piso y la tiró al basurero. Luego tomó otra limpia y mientras la pelaba, le dijo:

—Si quieres una manzana, dímelo. Yo te la pelo. No tienes que hacerlo tú, mejor no agarres esos cuchillos ni nada por el estilo. Podrías lastimarte.

Con manos firmes, siguió pelando la manzana, queriendo transmitirle tranquilidad.

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