La mirada de Noelia era distinta a la habitual.
Observaba al hombre frente a ella, ese que pelaba una manzana con tanta calma, pero en sus ojos se notaba una mezcla de curiosidad y algo difícil de descifrar.
Samuel también notó que algo raro pasaba con Noelia. Dejó de pelar la manzana, levantó la vista y la miró de frente.
—¿Qué pasa? ¿Te lastimaste la mano hace rato?
Dicho esto, Samuel se levantó y destapó la cobija que cubría a Noelia, buscando en sus manos alguna señal de herida.
Pero no encontró nada.
Samuel bajó la mirada hacia el rostro inquieto de Noelia, con el ceño ligeramente fruncido, entre la duda y la preocupación.
—¿Te sientes mal?
Noelia se quedó unos segundos callada, y de pronto se lanzó a sus brazos.
—Sí, me siento mal. Me la pasé toda la noche pensando en ti, llegaste demasiado tarde.
Samuel, con Noelia abrazada contra su pecho, soltó una sonrisa tranquila y le acarició el cabello.
—Ya, tranquila. Es que en la empresa se complicaron algunas cosas.
Noelia se acurrucó aún más en sus brazos, la voz dulce y pegajosa, llena de mimos.
—¿Y acaso los asuntos de la empresa son más importantes que yo?
Samuel bajó la mirada, clavando sus ojos en los de Noelia, y sonrió apenas.
—Por supuesto que no. Ahora mismo, tú eres lo más importante.
Noelia no perdió el tiempo en responder.
—¿Es porque llevo a tu hijo en la panza, por eso soy tan importante?
Samuel se quedó callado unos segundos, sorprendido, pero enseguida negó con la cabeza.
—¿Cómo crees? Contigo o sin bebé, siempre vas a ser igual de importante.
Por fin, Noelia mostró una sonrisa satisfecha. Se acomodó en el hombro de Samuel, y aunque su voz salió bajita, tenía un dejo de advertencia.
—Eres mi esposo, ahora y siempre vas a serlo.
...
Junto a la cama había un conjunto de ropa limpia, seguramente dejado para ella.
Al vestirse, Marisa fue a abrirle la puerta a la empleada de los Olmo.
Era una mujer de mediana edad, de rostro conocido.
Ella le sonrió con amabilidad.
—Señorita Páez, puede decirme Sofía. Llevo trabajando aquí en la casa de los Olmo más de veinte años. Si necesita algo, sólo dígamelo.
—Sofía, quería preguntarte... ¿dónde está el señor Olmo?
Sofía, al ver lo nerviosa que estaba Marisa, sonrió aún más cálida.
Vaya, pensó, qué niña más tímida. ¿Todavía lo llama “señor Olmo”?
Sofía le explicó con paciencia.
—El joven salió temprano porque tenía que atender un asunto de la empresa. Creo que va a firmar un contrato. Me pidió que si usted despertaba, le preguntara qué quiere desayunar. Me dijo que regresaría pronto y que después la llevaría de vuelta con los Páez.
En ese momento, la cabeza de Marisa se llenó de imágenes de la noche anterior: los dos, juntos, en el baño... en la cama...

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