Rubén no recordaba una sola noche en su vida en la que se hubiera quedado tan pasmado como esa.
Sentía la sangre subiéndole de nuevo por todo el cuerpo, como si un torrente imparable le recorriera las venas.
Pensó que no debió haberse dado un baño caliente hace un rato.
Mejor hubiera ido directo a lanzarse agua fría.
Marisa, medio dormida, percibió el calor del abrazo a su lado y, sin pensarlo, se acurrucó de inmediato.
Se acomodó en el pecho de Rubén.
El aroma a madera y pino era increíblemente agradable.
Había muchos hombres que usaban ese tipo de colonia, pero el olor en Rubén era distinto.
Tan especial, que Marisa solo quería acercarse más, casi pegándose en su pecho, deseando inhalar ese aroma una y otra vez.
Rubén sentía que en sus brazos tenía a una gatita inquieta; el corazón le latía cada vez más rápido.
—Pum, pum—.
La pequeña gata no se quedaba quieta, se metía aún más en sus brazos y murmuraba palabras que él no lograba entender.
Frunció el ceño, algo impaciente, y preguntó:
—¿Qué dijiste?
Después de que Marisa repitió sus palabras tres veces, Rubén por fin captó lo que decía.
—Gracias, Rubén.
En medio de la oscuridad, los labios de Rubén se curvaron en una sonrisa cálida, llena de cariño.
—No tienes nada que agradecer, señora Olmo.
...
Al día siguiente.
La familia Olmo ya tenía el desayuno listo.
Carlos y Valentina estaban sentados en la mesa, esperando.
Marisa bajó corriendo desde el segundo piso, apurada al darse cuenta de que los mayores la esperaban; no pudo evitar sentir algo de vergüenza.
Al sentarse, no le quedó más que disculparse:
—Perdón, señor, señora. Me quedé dormida y los hice esperar.
Rubén se sentó a su lado, con toda calma, y aclaró:
—No es que se haya quedado dormida, fui yo quien no le avisó que ustedes ya la esperaban para desayunar.
Valentina soltó una risa despreocupada mientras servía jugo recién exprimido para Marisa.
Ya cuando la pareja Olmo terminó de desayunar y se retiró, Rubén no pudo evitar fruncir el ceño y preguntar en voz baja:
—¿Por esa pintura te buscó problemas Nicolás?
Marisa se tardó más en responder, dudando.
Nunca había sido buena ocultando la verdad.
Yolanda solía aconsejarle que una mentira siempre traía detrás muchas otras para taparla.
Si no sabías mentir bien, lo mejor era no empezar por ahí.
Marisa asintió.
—Sí.
Hizo una pausa, bajando la mirada, y continuó:
—Rubén, lo que pasa es que Nicolás me amenazó. Si no lograba que NC y la familia Olmo llegaran a un acuerdo, entonces no me devolvería mi pintura.
Marisa explicó lo básico, sin justificarse, sin mencionar lo que esa pintura significaba para ella.
Siempre pensó que, aunque tengas razones, no puedes usar a los demás sin más.
Si ya usaste a alguien, tienes que estar dispuesto a enfrentar las consecuencias de sus emociones.

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